
Una de las cosas buenas que tienen las elecciones en Estados Unidos es que hay un archivo histórico largo y sustancioso del que tirar. Quienes me conocen saben que los análisis los hago más como historiador que como periodista. Empleo de manera inconsciente la analogía. Cuando me encuentro con un problema lo primero que me pregunto es si esto ha pasado antes y acto seguido me pongo a buscar analogías. Con la que está cayendo a raíz de las elecciones estadounidenses una de ellas me vino a la cabeza de inmediato porque recordaba haberla vivido. En el año 2000, cuando se disputaban la presidencia George Bush y Al Gore, se produjo un empate. De hecho, ganó Gore por poco, por medio millón de votos. El empate en el voto electoral lo deshizo Florida, donde hubo que hacer un recuento exhaustivo que consumió más de un mes. Las elecciones se celebraron el 7 de noviembre y no se declaró ganador a Bush hasta el 12 de diciembre. Ganó gracias a los 25 votos electorales que entonces tenía Florida, lo que le permitió hacerse con 271 votos en el Colegio Electoral frente a los 266 con los que Al Gore hubo de conformarse.
Echando hacia atrás el calendario encontramos otras elecciones muy ajustadas, las de 1960 entre Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy. Ahí en voto popular ganó Kennedy, pero por sólo 100.000 votos. Illinois y Texas se las llevo Kennedy con sospechas de que se había producido un fraude. Se acusó incluso al alcalde demócrata de Chicago y al entonces senador Lyndon B. Johnson de haber provocado el fraude en esos dos Estados, pero Nixon no quiso remover el asunto, lo dejo pasar porque no quería que aquello desembocase en una crisis constitucional.
Estas dos elecciones, 1960 y 2000, son las más ajustadas de los últimos 60 años. ¿Con qué nos encontramos ahora? Por un lado, tenemos una victoria clara en voto popular por parte de Joe Biden y, por otro, no uno o dos Estados impugnados, sino varios. Se han producido problemas relacionados con el recuento en Wisconsin, Georgia, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Nevada. En todos los casos el escrutinio está prácticamente finalizado, pero o no se ha declarado ganador aún o tardó mucho en declararse por problemas relacionados con el recuento, básicamente por el recuento de los votos emitidos por correo.
El resultado final es que, tal y como se temía desde hace semanas, el asunto se ha judicializado. Tanto Trump como Biden han contratado equipos de asesoría legal con cientos de abogados para husmear en el recuento y, a la primera irregularidad que encuentren, denunciarla, a ser posible con la prensa detrás para que lo amplifique convenientemente. Esto es algo de lo que el propio Trump aviso con tiempo. La semana pasada aseguró que, tan pronto como se cerrasen las urnas, iba a asistir a la noche electoral, pero no al uso, con su equipo de campaña, varios televisores y unas bandejas de sándwiches, sino con sus abogados. Esto, en definitiva, no es ninguna sorpresa, se veía venir desde hace días
En este momento hay unas 300 demandas activas en varios Estados, especialmente en los Estados clave donde se está dirimiendo la presidencia. Casi todas están relacionadas con el voto por correo, algo que ha traído mucha cola porque ha sido masivo en estas elecciones a causa de la pandemia. Para colmo, cada estado tiene su propia normativa al respecto, lo que multiplica la complejidad del problema. Trump apuntó al voto por correo como fuente del posible fraude hace ya dos meses. En su opinión el voto por correo es menos fiable que el presencial porque aumentan las posibilidades de hacer trampa. El voto por correo se emite, se transporta, se almacena y finalmente se escruta. En el tránsito entre la mano del votante y la del encargado de contabilizar ese voto transcurre tiempo y espacio, ahí es donde Trump señala que se produce el fraude ya que en ese viaje pueden desaparecer unos votos y aparecer otros.
Si el sistema estuviese centralizado como sucede en otros países sería más sencillo de controlar, pero en Estados Unidos cada Estado pone sus normas fija sus plazos y determina su procedimiento de escrutinio. Hay Estados gobernados por demócratas y otros por republicanos, en los primeros es donde asegura Trump que está el riesgo de fraude. Luego solo quedan los tribunales, primero los estatales y luego los federales. No sería extraño que alguno de estos pleitos termine en el Tribunal Supremo
En el fondo lo que hay son intereses políticos. Las elecciones son el principal campo de batalla y ahí todo vale. En las legislativas se emplea una técnica llamada “gerrymandering”, qué consiste en redibujar caprichosamente los límites de las circunscripciones para alterar los resultados, es decir para diluir el voto del contrario y potenciar el propio. Con el voto por correo pasa algo similar. Los demócratas votan más por correo que los republicanos según se desprende de algún que otro estudio que han hecho al respecto, luego es fácil concluir que, si se fomenta el voto por correo, lo que va a traer la correspondencia electoral serán más votos demócratas que republicanos. Al menos eso es lo que se cree porque realmente no se sabe a quién ha votado cada cual hasta que no se abre el sobre.
También podría ser que esto de denunciar fraude en el voto por correo no fuese más que parte de una estrategia preconcebida para que si a Trump se le ponían mal las cosas pudiese atribuir su derrota a un pucherazo, aunque tenga que sustanciarlo en las papeletas que llegaron a los centros de votación fuera de plazo y que, a pesar de ello, han sido escrutadas. Abogados no le faltan, su equipo ha puesto en marcha una iniciativa denominada Lawyers for Trump que persigue reunir a un numeroso equipo jurídico de voluntarios que simpatizan con el candidato republicano para que busquen indicios de fraude por todo el país. El resto nos lo podemos imaginar, cuantos más sean más problemas encontrarán. La cosa promete eternizarse semanas e incluso meses a poco que Trump se lo proponga. Según están las cosas, quizá no sea lo más adecuado. La misma crisis constitucional que Nixon trató de evitar hace 60 años, podría ahora estallar con gran virulencia en un momento en el que lo último que necesita el país son nuevas preocupaciones.
Be the first to comment