Ayer se formó la mesa del Parlament de Cataluña con mayoría independentista y con un nuevo presidente, un tipo joven de ERC llamado Roger Torrent. Torrent sería la punta del iceberg de un acuerdo más ambicioso entre esquerristas y ex convergentes. Los primeros se quedan con la presidencia de la cámara y los segundos con la de la Generalidad. Algo muy similar a lo que sucedió hace dos años, cuando un desconocido Carles Puigdemont se hizo con la presidencia autonómica. Claro, que está por ver si al final Puigdemont puede ser investido. En el caso de que no sea así necesitan un tapado… o una tapada. Y eso seguramente también lo han acordado.
En la naturaleza del independentismo catalán está la secesión, es decir, la destrucción de la actual España. Imaginar que una hiena es vegetariana entre comidas y una mascota, si está atada o enjaulada, es no entender su naturaleza. Imaginar que los secesionistas cumplen la ley por convicción o que han dejado de ser el enemigo, es ir abonando la siguiente cosecha de infortunios. Ya están de nuevo los separatistas en las instituciones españolas, eso sí, con mucho miramiento a las normas, leyes y reglamentos. ¿Qué puede salir mal?
Un cordial saludo.
Pero es que a veces da la impresión de que España lo que realmente quiere es ser destruída. Casi todas las etnias que pueblan el país prefieren hablar o sentirse antes de su tierra de origen que de España. En principio puede ser normal, naces en un sitio y primero eres de allí y luego del país y luego del continente. Pero sin llegar a los niveles de algunos catalanes y vascos, el resto también cojea del pie del regionalismo, por llamarlo de alguna manera. Eso sí, cuando aparece el sacrosanto fúrbol, los regionalismos los dejamos a un lado. Porque no tiene el mismo interés (crematístico ni espectacular) una liga exclusivamente vasca o catalana o andaluza que una en donde esté todo el gallinero nacional dándose picotazos.