
Fue su gran promesa electoral. Según llegase a presidente construiría un muro fuerte, alto e impenetrable entre Estados Unidos y México que frenaría la inmigración ilegal y dificultaría el tráfico de drogas. El muro, además, lo pagarían los mexicanos. Pues bien, llegó a presidente y el muro duerme en algún cajón de la Casa Blanca porque el empeño era demasiado ambicioso, demasiado caro de levantar y, por qué no decirlo, demasiado absurdo ya que creaba más problemas de los que resolvía.
La promesa, el compromiso, la amenaza de la construcción del muro fronterizo era en sí misma la construcción del muro en las mentes y corazones mejicanos, solo con proponerlo, el mensaje de «no somos amigos y no sois bienvenidos» ya quedaba establecido. El propósito del muro ya se ha conseguido, se construya o no, porque el propósito no es solucionar la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, sino replantear la relación mejicanoestadounidense partiendo del rechazo, es decir, concediendo únicamente lo imprescindible, buscando un acuerdo, no la concordia. A los entusiastas del hormigón se les enfría mencionándoles los costes y al resto, incluido Donaldo, ya no les resulta útil ni nombrarlo.
Un cordial saludo.