
Hace un año que Donald Trump tomó posesión del cargo. Un año vivido a toda velocidad por el presidente que se ha convertido en el dueño y señor de la actualidad informativa. Lo que no tiene que ver con Trump tendrá que ver con él en algún momento. Pero, por encima de la celebridad, Trump es el presidente de EEUU, la nación más poderosa de la Tierra, y sobre eso si se puede hacer un balance más o menos preciso. Ciñéndonos a los hechos el primer año de la era Trump no ha sido malo, de hecho, en líneas generales ha sido hasta bueno. Ha cumplido algunas de sus promesas, ha reenfocado la agenda exterior y la economía marcha bien.
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Para quienes habían declarado a Donaldo «lo peor que podía ocurrir» es desconcertante que tras un año de gobierno del anticristo en Washington, el país siga en pie, caminando y tatareando incluso. En este tiempo solo ha hecho un amigo, pero es francés, ha perdido varios partidarios y ni un solo hostil. Sus aciertos en fiscalidad, energía y desregulación, así como su capacidad para no ensuciarse con muertos en los embrollos internacionales, son logros de fruto futuro y empañados por una incapacidad diplomática y de seducción que todo lo embarra. Sus errores de palabra, obra y omisión, no han sido causa de ninguna catástrofe y solo han sido carnaza para sus odiadores. En resumen, llegó sin saber gobernar y cabalgando lo estrafalario, y está aprendiendo a gobernar sin bajarse del caballo.
Un cordial saludo.