
Joe Biden habló la semana pasada ante la asamblea general de Naciones Unidas. Era un discurso muy esperado porque llegó al poder hace ocho meses y hasta ahora ha hablado por la vía de los hechos, algunos muy polémicos como la precipitada salida de Afganistán. Respecto a esto aseguró que EEUU está «abriendo una nueva era de diplomacia», pero no eliminaba el uso de la fuerza si fuese necesario. Eso sí, para él la fuerza es el último recurso.
En todo lo demás el presidente dijo estar listo para todos los desafíos del mundo actual como la salida de la pandemia, el cambio climático o los problemas relacionados con la ciberseguridad. Anunció, por ejemplo, que redoblaría los esfuerzos para luchar contra el cambio climático movilizando 100.000 millones de dólares de forma inmediata. También abogó por un Estado palestino como la «mejor manera» de resolver el conflicto árabe-israelí y se mostró dispuesto a volver al acuerdo nuclear iraní si Teherán «hace lo mismo». Pero los asistentes y el resto del mundo no esperaban eso que, por lo demás, lo dan por hecho, sino que dijese algo respecto a China. Ahí procuró tener tacto y, sin nombrarla de forma explícita, recordó que su país no busca una «nueva Guerra Fría».
Todo lo trató de forma educada y en exquisito lenguaje diplomático, algo muy diferente a cómo Trump se enfrentaba a estas ocasiones. Pero, en el fondo, la realidad es que el Gobierno de Biden está siendo muy parecido al de Trump. Ya sea desairar a los aliados, desentenderse del resto del mundo, abusar de los aranceles o expulsar a los inmigrantes, los primeros ocho meses de mandato de Biden son asombrosamente parecidos a los cuatro años de mandato de Donald Trump.
En La ContraRéplica:
- La «descarbonización» en Europa
- El porcentaje de antivacunas
- La importancia de las vacunas
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