¿Qué busca Macron en Trump?

La sorpresa diplomática del semestre acaba de producirse. Donald Trump ha vuelto a Europa solo unos días después del fiasco de la cumbre del G-20 en Hamburgo. Lo ha hecho por iniciativa de Emmanuel Macron, que le ha invitado a asistir a las festividades del 14 de julio, el día más importante del año en Francia. Trump ha modificado toda su agenda y se ha presentado raudo en París, un día antes incluso. La sintonía entre ambos parece que existe, al menos según se extrae de las crónicas de prensa. Y no deja de ser chocante porque no se me ocurren dos líderes más distintos. Pero, les guste o no, les va a tocar cohabitar durante sus respectivos mandatos y EEUU, por muy mala prensa que arrastre Trump, siempre será ese viejo y confiable aliado de Europa.

Macron y Trump son dos recién llegados. Uno lleva dos meses en el Elíseo y el otro seis en la Casa Blanca. A pesar de ello ya se han visto en persona tres veces. Una en Bruselas a finales de mayo, otra en Hamburgo y ahora en París. Las dos primeras no funcionaron. A Trump no le gusta Francia, de ahí que durante el último año se haya choteado tan a conciencia de Francia y los franceses. Pero esto es política, no lo olvidemos, el enemigo de ayer es el aliado de hoy. Y viceversa.

Algo así es lo que han debido pensar ambos antes de proceder a este repentino e inesperado romance parisino. Porque, aunque se nos antoje lo contrario, los dos salen ganando.

Trump necesita oxígeno diplomático tras el varapalo que se llevó en Hamburgo. En relaciones internacionales, como en la vida en general, se puede estar a malas con uno, con dos… con tres, pero no con todos a un tiempo. Siempre se necesitan aliados, y cuanto más poderosos e influyentes mejor. Ser amigo de Viktor Orbán está bien, pero el peso político, económico y diplomático de Hungría es, para que engañarnos, muy pequeño. Ídem con Polonia o con cualquiera de los países de este de Europa en los que Trump es tan bien recibido.

Francia es otra cosa, es el segundo país de la UE tras Alemania y tiene una presencia global muy sólida. Llevarse bien con el inquilino del Elíseo es garantía de estar bien representado en los foros internacionales. Si ese inquilino, además, se llama Emmanuel Macron, un tipo francamente popular, la prensa incluso te tratará bien. No especulo. Es tal cual. No hay más que ver como ha cambiado el tono de las informaciones sobre Trump desde que aterrizó en París y se arrimó a Macron. La prensa europea le sigue odiando, pero ya no con tanta dedicación.

¿Qué gana Macron?

Y Macron, ¿qué gana Macron con todo esto? Es un político en la cumbre de su popularidad, aunque solo sea porque lleva dos meses en el cargo y no le ha dado tiempo a equivocarse. Su partido acaba de arrasar en las legislativas y su índice de aprobación es muy alto, tanto dentro como fuera de Francia. Hacerse carantoñas con Donald Trump, que es el malvado oficial del mundo, no parece una buena idea y, desde luego, entraña un considerable e innecesario riesgo. En un sondeo realizado en mayo en Francia el 82% de los encuestados reprobaba a Trump, es decir, prácticamente todos los franceses en edad de votar. Es el presidente de los EEUU peor valorado de la historia en Francia. Más impopular que George W Bush, más incluso que Ronald Reagan.

¿Necesita Macron exponerse a algo así? ¿Necesita sacarle de paseo por París y llevárselo de la mano nada menos que al desfile del 4 de julio? Una operación diplomática arriesgada más aún si cabe teniendo en cuenta lo descontrolado que puede llegar a ser Trump, capaz de soltar una inconveniencia en el momento menos apropiado poniendo de este modo a su anfitrión en un brete. Hasta donde yo sé sigue teniendo su cuenta de Twitter a mano. Lo puede volver a hacer en cualquier momento.

Seamos realistas, seamos amigos

Todo parecen desventajas. O quizá no. La suerte ayuda a los audaces. De entrada la diosa Fortuna es fácil de tentar cuando se conoce el idioma del interlocutor. Macron habla muy bien inglés, tan bien que no le da vergüenza hablarlo en público porque sabe que no va a meter la pata. Cosa que no puede decir Merkel y, no digamos ya, Mariano Rajoy. Paolo Gentiloni, el primer ministro de Italia, si habla inglés, incluso en público, pero no con la soltura y la fluidez de Macron.

Sirviéndose del dominio del idioma y de su indiscutible encanto personal bien podría terminar metiéndose a Trump en el bolsillo. No en los temas más polémicos como el acuerdo del cambio climático, pero si en otros como la lucha antiterrorista. En esta guerra tener a la inteligencia norteamericana de tu lado es una ventaja clave.

Pero eso no dejan de ser detalles secundarios. En diplomacia las relaciones personales son muy importantes. Que Thatcher y Reagan se llevasen bien en el plano personal, que llegasen a ser amigos, tuvo consecuencias prácticas. O Bush y Aznar. O Hugo Chávez y Néstor Kirchner. Si Macron consigue apuntalar su relación personal con Trump se convertirá en el mediador oficioso entre la UE y EEUU. Un papel que, en principio, debería corresponder a Angela Merkel por una cuestión de importancia.

Eso por un lado, por otro Macron es en esencia un político de centro y, por lo tanto, oportunista. Puede travestirse de conservador o de progresista según le interese. En estos momentos le interesa más hacerse pasar por un tipo de derechas por una razón muy poderosa: es presidente gracias a los votos republicanos que le vinieron de François Fillon. De haber tenido que vérselas con él en la segunda vuelta posiblemente sería distinto. Trataría de mostrar su cara más progre para mantener contentos a los votantes de cara a la reelección. Pero hoy por hoy su base electoral es de centro-derecha.

Ahí tenemos al primer ministro que ha nombrado como prueba. Édouard Philippe proviene de la UMP, partido que le llevó en volandas hasta la alcaldía de El Havre en 2010. Un dato más: fue el director de campaña de Jacques Chirac en las presidenciales de 2002. Macron podría haber escogido a otro, pero se quedó con él. A Macron las amenazas y los dolores de cabeza le van a venir de la izquierda, tanto de la Francia Insumisa de Mélenchon como de los restos del PSF.

Visto así, el amigable almuerzo que Macron, Trump y sus respectivas esposas compartieron en lo alto de la Torre Eiffel cobra cierto sentido. Al final resulta que los dos presidentes más improbables (nadie daba un céntimo por ellos hace un año) han terminado siendo los más realistas.

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1 Comment

  1. Cuando un francés quiere reformar la Unión Europea solo puede ser para desentenderse de ella o para hacerla francesa. Manuel no quiere desentenderse así que su plan solo puede ser uno: ser el baranda del cotarro, perdonarse la intermediación o preponderancia alemana y figurar internacionalmente. Reírle las gracias a quien Ángela acaba de torcerle el gesto, con foto mundial y bilateralidad al margen de la Unión Europea, ha sido una oportunidad irresistible, y no se ha resistido.
    Un cordial saludo.

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