
La semana pasada dio comienzo el Mundial de fútbol de Catar, un campeonato abonado a la polémica desde que fue concedido hace ya doce años cuando Sepp Blatter se encontraba al frente de la FIFA. De lo inoportuno de esta sede se ha hablado mucho desde el momento en el que fue elegida. Se ha dicho que el país es demasiado pequeño, que el clima es muy caluroso durante todo el año, que se trata de una dictadura que no respeta los derechos humanos, que discrimina a mujeres y homosexuales y que la infraestructura del Mundial ha sido construida con mano de obra semiesclava. El gobierno catarí se ha defendido arguyendo que nada de eso es cierto y que las críticas están movidas por el racismo. El propio presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, ha secundado el relato catarí diciendo hace unos días en un discurso que “Europa debería pedir perdón por los últimos 3.000 años antes de dar lecciones de moral”, sí, 3.000 años, cuando la civilización ni siquiera había llegado al continente europeo.
Dejando a un lado el desconocimiento absoluto que Infantino tiene de la historia europea y universal (pedir lo contrario sería demasiado para un presidente de algo tan vulgar y asediado por la corrupción como la FIFA), el hecho es que las acusaciones de explotación laboral hacia los trabajadores inmigrantes no se han detenido. La prensa y ONGS occidentales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch calculan en miles los trabajadores muertos durante la construcción de las infraestructuras mundialistas. El diario The Guardian aseguraba el año pasado que habían muerto no menos de 6.500 trabajadores extranjeros basándose en registros oficiales. El Gobierno de Catar arguyó que la cantidad de muertes era proporcional a la masa laboral del país, formada mayoritariamente por población inmigrante. Según los datos ofrecidos por el Gobierno sólo han muerto tres personas en las obras del Mundial para el que se han levantado ocho estadios y más de cien hoteles.
Desde Occidente se ha pedido a Catar que indemnice a los trabajadores inmigrantes concediéndoles un fondo de 440 millones de dólares, el equivalente al premio por ganar la copa del mundo de fútbol. Pero los cataríes se oponen a cualquier tipo de indemnización general. A cambio su que se han mostrado dispuestos a indemnizar de forma individual y a realizar algunos cambios en materia de legislación laboral. Ahí ya han dado algunos pasos como el desmantelamiento parcial del sistema conocido como “kafala”, un mecanismo de patrocinio muy habitual en los países del golfo que deja al trabajador completamente a merced de su empleador. Con la “kafala” el trabajador no puede cambiar de trabajo ni abandonar el país sin el permiso de su patrocinador, de modo que así se eterniza así el ciclo de abuso laboral.
Desde hace un par de años en Catar la “kafala” se ha relajado mucho y se han emprendido reformas como la introducción de un salario mínimo, pero nada ha cambiado en lo relativo a la libertad de expresión o la discriminación de las minorías, por lo que las críticas persisten ocasionando que el ambiente que se respira en torno a los partidos esté muy enrarecido. En la FIFA no saben ya ni que decir, lidian con una herencia envenenada que, tal y como estaba previsto, ha hecho de este mundial un auténtico infierno.
En La ContraRéplica:
- La reforma laboral de AMLO
- La implosión de Ciudadanos
M[❤️]GN[🗽]F[🗽]C[📀]
Ya. Pero al aficionado al fúrbol eso le da absolutamente igual. El Circo está por encima de casi todas las cosas de este mundo… y del otro. Y da igual lo corrupto que esté el mundo del fúrbol y las millonadas que se muevan, y la gran farsa por la cual siempre ganan los mismos, la plebe lo acepta todo gustosa. Ni Dios ni Patria ni Rey, sino mi equipo de fúrbol.
Al aficionado al fúrbol eso le da exactamente igual. El Circo esta por encima de casi todas las cosas de este mundo… y del otro. Corrupción, millonadas, farsa, injusticia… La plebe acepta gustosa lo que sea. El fúrbol es intocable.