Cuba ante la incógnita Díaz-Canel

A Miguel Díaz-Canel el regalo de cumpleaños le llega este año por anticipado. Le entregarán la presidencia el día 19 de abril y el 20 cumplirá 58 años, que no es mala edad para ser presidente. Fidel Castro llegó mucho más joven, con sólo 32 después de tres de guerrilla, un golpe de Estado fracasado, unos meses en prisión y un breve exilio en México. A Fidel a los 27 años, cuando asaltó el cuartel Moncada, ya le conocía toda Cuba o, mejor dicho, empezaría a conocerle a raíz de aquello. Luego ya no han podido olvidarse de él. Hoy, 65 años después del «La historia me absolverá» Cuba sigue empapelada con su rostro.

Fidel es el dios supremo de la revolución, pero un dios mortal. Va para dos años que cría malvas y de donde esté no regresará. Su hermano Raúl, algo más joven que él, no creo que tarde mucho en seguirle. Luego sólo quedará el destrozo que ambos perpetraron, un régimen de huérfanos y los herederos de la revolución sin saber muy bien qué hacer para salir del foso en el que el castrismo metió al que en su día fue el país más próspero y prometedor de toda Hispanoamérica.

La primogenitura ha recaído en un personaje oscuro del que poco se sabe pero que supo estar dónde debía cuándo debía. Si echamos un vistazo a su biografía comprobamos que no hay nada especial. Sabemos que es ingeniero, que desde muy joven militó en la Unión de Jóvenes Comunistas, que estuvo en Nicaragua en los ochenta encuadrado como comisario político en una de esas misiones internacionalistas del régimen y que desde los 30 años forma parte del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

Poco más se puede decir. En los noventa fue el jefe del partido en la provincia de Santa Clara y, años más tarde, Raúl Castro se fijó en él y le colocó en el Buró Político, la cúpula de la organización y de la propia Cuba. Desde hace seis décadas Cuba es el buró político y el buró político es Cuba.

La elección de un tipo tan rematadamente gris, tan exento de gloria y prestigio tiene razón de ser. Si Díaz-Canel hubiese brillado jamás habría ascendido, si hubiese brillado mucho ya no estaría entre nosotros. Es castrismo, una dinastía familiar a fin de cuentas, ha ido eliminando competidores. En cuanto alguno de los dos hermanos vislumbraba una amenaza por pequeña que ésta fuese, se apresuraban a borrarla del mapa. Muchas veces de manera literal.

De Díaz-Canel los cubanos no conocen una sola gesta, pero es que precisamente de eso se trataba. Raúl Castro se sabe próximo al fin y junto a él toda su camarilla, los llamados raulistas. A él una vez haya muerto le dará igual porque el que se muere ni siente ni padece. No así al conventículo que le rodea, que aspira a que nada de lo esencial cambie. Creen que Díaz-Canel posibilitará un castrismo sin los Castro. Cuba podrá continuar su singladura revolucionaria, seguirán mandando los mismos y, de haber alguna reforma, ésta será meramente cosmética y dirigida a que la oligarquía del partido siga a mesa puesta. Bien mirado, ¿por qué habrían de querer una democracia y una economía abierta en la que ellos saldrían trasquilados?

Ese es el plan, pero los planes no siempre salen bien. Que la aristocracia revolucionaria desee que nada cambie no significa que el resto de la población, 11 millones de personas, deseen lo mismo. El cambio parece inevitable. Eso seguramente Díaz-Canel lo sabe. Es un hombre «joven», es decir, no vivió la revolución y no está poseído por la mística de Sierra Maestra. Puede sumarse a la marea y tratar de influir sobre ella como, por ejemplo, hicieron algunos jerarcas del franquismo tras la muerte del dictador. O puede intentar contenerla como quizo hacer Carlos Arias Navarro sin éxito. De él depende.

Como es un hombre sin historia, sin registro más allá de los juramentos retóricos de lealtad eterna al líder máximo, está en posición de elegir sin traicionarse a sí mismo. O se bunkeriza o lidera las reformas. Pero es pronto aún para saberlo. Díaz-Canel vive el terreno de la incógnita.

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1 Comment

  1. El octogenario líder del régimen castrista va a ser relevado en el puesto por un individuo al que no se le conoce una idea propia ni una acción autónoma. Son sus avales para que Raúl le presente como el continuador de la obra revolucionaria. Pero si asentir y sonreír son herramientas del lacayo también lo son del traidor y del arribista. Inevitablemente la nueva posición de Miguel fomentará que muestre ideas propias, no sabremos si recientes o maceradas, que nos ayudaran a todos, desde el octogenario hasta los disidentes miamenses, a etiquetar al próximo presidente de la República de Cuba.
    Un cordial saludo.

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