De impuestos patrimoniales, mareas verdes y sofismas económicos

Aunque el tema del día fuese el elogio a la vaguería que perpetró Rodríguez Zapatero durante un acto académico, la prensa del día se muestra reacia a hacerse eco del mismo, al menos en portada. Probablemente sea por vergüenza ajena, que es lo que dan, junto a una irritante urticaria, las palabras del primer ministro saliente. Con Zapatero han hecho los directores de periódico lo que Azaña le hizo a un diputado de las Cortes republicanas: “ya que usted no se sonroja, permita que me sonroje por usted”, cuentan las actas que le dijo con su legendaria chulería parlamentaria, que para algo era de Alcalá.

El País, la vecchia signora de la prensa española está reviviendo la juventud que ya nunca volverá con el candidato de la casa. La verdad es que, después de tanto experimento mediático zapaterino, se echaba de menos sentir en la pituitaria la esencia íntima e inconfundible de El País, que no es otra que la diario del PSOE, o la Pesoe, tal y como llaman al partido del Gobierno en los pueblos de Andalucía. A toda página y sin complejos abre el periódico global poniéndose la venda por lo del impuesto de patrimonio. Y si hay venda, es que hubo pedrada.

Veamos, el impuesto se va a pagar, pero sólo lo va a hacer una cantidad minúscula de contribuyentes, un máximo de 150.000, los más ricos, naturalmente, faltaría más. El dato es oficial, así que las cábalas que venían haciendo tanto Blanco –que hablaba de 90.000–, como Rubalcaba –que estimaba la cosa en unos 300.000–, se quedan en eso mismo, en cábalas para entretener a los periodistas y dar a elegir a los editores de los telediarios. Pero mientras todos hacían conjeturas El País daba en el clavo con unas cuantas horas de antelación. Son las cosas del noticioducto que va de la Moncloa al despacho del director de El País. Exclusivas a cambio de masajes dominicales. No es mal acuerdo

A esos 150.000 infelices el Gobierno les va a sacar 1.000 milloncejos de euros, o, lo que es lo mismo, una cuarta parte de la última emisión de deuda de Salgado. Afinando, para pagar a los acreedores las obligaciones que colocó ayer el Tesoro nos harían falta 600.000 “ricos” liquidando hasta el último céntimo del recuperado impuesto de patrimonio. El País, como es lógico, no hace estos cálculos, básicamente porque no le interesa hacerlos, que es global pero no idiota.

La fijación de El País por el impuesto de patrimonio no se refleja en las páginas de opinión, que, por lo general, vienen a ejercer de clavos de la tesis de portada. Como la tesis es amarga pues los opinantes se dedican a otra cosa. A hablar, por ejemplo, de la educación. Julián Casanovas, que es un historiador avecindado en Zaragoza, descubre que los políticos en España no creen en la educación y estimulan “la ignorancia, la burricie y la estupidez”. Si algo así lo dice quien yo me sé le llaman de todo menos guapo. Después de tan grave aserto el historiador se pierde en un insufrible bla, bla, bla, que es un género como muy de El País.

Los que no se andan con florituras son los chicos de Roures. A media portada foto apaisada –perfectamente mejorable, como tomada con un móvil– y titular contundente: “Marea verde por la escuela pública”. Por pública entienden estatal, por marea unas 10.000 personas (las que la policía estimó que se reunieron ayer en la calle de Alcalá) y por verde, bueno, no se sabe bien que es lo que entienden por verde. Pongamos que la policía se quedó corta y, en lugar de 10.000 eran 20.000. Bien, seguiría sin ser una marea. La última marea verde de la que tenemos noticia, la del Sáhara, juntó a unos 400.000 marroquíes vestidos de riguroso verde y con cara de pocos amigos. Los de ayer iban como les vino en gana en plan carnavalero, a excepción de unos cuantos que se enfundaron una camiseta verde pagada por los sindicatos, intermediario necesario entre estas cosas y el contribuyente.

El que sí se entrega en cuerpo y alma al asunto fiscal es Escolar el chico, que lo mismo sirve para un fregado que para un barrido. “Cinco falacias fiscales” titula su columnita. Y va sin segundas, es especialmente breve. Por no reproducirla entera, –que caber, cabría– la joven promesa del periodismo financiero nos cuenta que el impuesto de patrimonio (y se sobreentiende que todos los impuestos habidos y por haber) va a solucionar la crisis, lo van a pagar los ricos, es bueno para el empleo, no castiga a la clase media y no es, de ningún modo, electoralista. Buen trabajo, cinco sofismas perfectos en menos de dos mil caracteres. Los tiranos de la antigua Grecia se lo hubiesen rifado para ponerlo en nómina como sofista jefe.

Los impuestos, incluido el de patrimonio, ahogan la economía y terminan pagándolos siempre los mismos y no son precisamente los más ricos, que saben esconder su patrimonio o, directamente, se largan con sus millones a puertos más seguros. Esto no es sólo un axioma económico en el que coinciden casi todos los economistas, sino algo perfectamente verificable en la realidad. Los países con menor carga fiscal crecen más y mejor que los que machacan a los que crean a riqueza con tributos. Si, además, se da la circunstancia de que una economía está gravemente enferma –como es el caso de la española– los impuestos consiguen enviarla a la UVI a una celeridad pasmosa. Aunque, bien pensado, quizá sea eso mismo lo que pretende la izquierda, a quien siempre se le dio mejor pastorear pobres que crear ricos.

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