
La movilización general ayer para conmemorar como mandan los cánones el referéndum del año pasado se saldó con disturbios por toda Cataluña. Los CDR trataron de bloquear las vías de comunicación, ocuparon las calles con gran profusión de pancartas y con cara de muy pocos amigos. Los militantes más entusiastas se encadenaron al edificio de la Bolsa de Barcelona, atacaron la sede de Foment del Treball, la principal organización patronal catalana y, ya de noche, sitiaron el Parlament y trataron de tomarlo al asalto. Las sonrisas de antaño han mutado en la rabia de hogaño.
Creen estar haciendo dos revoluciones al tiempo. Por un lado la de la independencia en sí, que traerá la anhelada república catalana. Por otro la revolución social que acabará con el capitalismo. Todo muy loco, la verdad, pero nos sirve para ver de cerca el completo desfonde del movimiento independentista, al menos tal y como fue concebido por Artur Mas hace más de seis años.
Sabemos lo que quieren, porque lo aullan, sabemos cómo pretenden conseguirlo, porque agreden y sabemos a quienes agradan, porque les jalean. Quienes desde las instituciones imponen leyes segregadoras que polarizan la sociedad con odio y la empobrecen espantando la prosperidad van con traje, no gritan, no pegan, cobran de sus víctimas y representan al Estado y a la ley. El enemigo agita la mano derecha con un monigote lleno de cascabeles mientras con la izquierda le roba la dignidad y la cartera a los españoles de Cataluña a los que les tiene pisado el cuello. ¡Qué feo y qué malo es el monigote y quién podrá controlarlo!
El ministerio del interior y la policía delegan en los mozos que no aplastan sino discuten y el gobierno apela a una sensatez que él mismo no tiene. Me aburre el guiñol y ya es palmario que no hay voluntad de salvar a los españoles de Cataluña así que toca esperar y ver cómo se defienden en las votaciones y en la calle, quienes decidan no huir.
Un cordial saludo