
Hace sólo diez días un pequeño grupo de vecinos de la calle Núñez de Balboa de Madrid dejó de aplaudir desde sus balcones para hacer sonar sus cacerolas. Se pensó entonces que esto sería algo minoritario y puntual. La calle Núñez de Balboa está en el corazón del barrio de Salamanca, un barrio de renta alta y donde el PP suele ganar siempre las elecciones. El Gobierno primero sobre reaccionó ante lo que identificó como una amenaza y envió varias dotaciones de policía para obligar a los vecinos a cumplir las normas de distanciamiento social. Más tarde modularon su actitud. Los medios cercanos al Gobierno airearon el asunto porque les convenía, demostraba que sólo la clase alta está en contra de la gestión del Gobierno en esta crisis, pero aquello fue un craso error porque, después de dos meses de confinamiento y chapuzas, el malestar es generalizado y bastante transversal.
La crisis económica ya ha hecho acto de presencia en muchos hogares y algunos han encontrado en la cacerola el modo de exteriorizar su enfado. A día de hoy las caceroladas de las nueve de la noche están ya muy extendidas por toda la geografía nacional y están empezando a hacerse escraches en las puertas de los domicilios de ministros del Gobierno como Pablo Iglesias o José Luis Ábalos. Ni Pedro Sánchez ni ninguno de sus ministros contaba con este estallido temprano de descontento, algo a lo que deberían ir acostumbrándose porque esto va a ir a más.
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