
El Partido Demócrata consiguió recuperar en las elecciones legislativas de este martes el control de la Cámara de Representantes, que llevaba ocho años en manos de los republicanos. No ha conseguido, sin embargo, arrebatarles el Senado. Esta vez las encuestas han acertado de pleno porque anunciaban más o menos esto, una victoria demócrata pero no total.
Tanto demócratas como republicanos hicieron una campaña a cara de perro, de las más reñidas que se recuerdan en la que el protagonista absoluto fue Donald Trump, que no se presentaba a las elecciones, pero que, sabiendo la importancia de las mismas para su presidencia, se animó a recorrer el país de punta a punta. Sabía que si perdía ambas cámaras la cosa se le podía envenenar bastante de aquí a 2020. Se le ha complicado, pero sólo un poco. Vamos a verlo.
Empate con sabor a derrota para los demócratas y empate con sabor a estancamiento y apuntalamiento para Donaldo. Parece que va quedando claro que Hilaria era un lastre y que Barack ya no es arrollador; y parece que Donaldo no ha convencido a un solo nuevo votante pero apenas pierde a los suyos y además coge las riendas del partido que pasa de ser prestado a propio. Los demócratas siguen sin un líder huracanado y Donaldo confirma que no está de paso. Respecto a lo que a mí más me interesaba que era cómo sobrellevan los estadounidenses a su estrafalario presidente, ha quedado claro que con cotidianidad, con una aversión rutinaria y un entusiasmo de andar por casa. De estas elecciones me quedo con Barack odiando como siempre a Donaldo pero sin la condescendencia con la que le trataba en 2011, no por respeto al cargo sino por la bofetada devuelta. Quedan dos años de estridencias presidenciales y una oposición buscando ser una alternativa presentable.
Un cordial saludo.