Hispanos… breve historia de los pueblos de habla hispana

Hace cosa de un año me preguntaron en mi editorial, que es La Esfera de los Libros, cuál era el próximo libro que quería escribir. Acababa de entregarles «La ContraHistoria del Comunismo» y en este oficio tan pronto como terminas un libro hay que ir pensando en el siguiente, especialmente si los anteriores han tenido buena acogida por parte de los lectores. Eso mismo fue lo que sucedió con las dos ContraHistorias (la de España y la del comunismo) y con «La Reforma que no fue», un libro a dos voces que Alberto Garín y yo hicimos el año pasado para un sello de la editorial Almuzara llamado Sekotia. A mi me gusta escribir sobre historia, creo que es lo que mejor se me da y además disfruto mucho haciéndolo así que no albergaba dudas sobre la temática. Pero la historia es vastísima, en fin, ahí tenemos La ContraHistoria y sus casi siete años de programa semanal. Nunca me han faltado temas y no creo que me falten en el futuro. El problema era decidirse por uno que no estuviese muy trillado y, lo más importante, que me estimulase lo suficiente como para ponerme con él. Un libro de cualquier tipo, también los de carácter divulgativo, conlleva mucha lectura previa y una ardua labor de espigado para que lo que se quiere contar no exceda de las 300 páginas que es, a mi juicio, la barrera psicológica que sirve a muchos para decidirse por un libro u otro.

Divulgar consiste en que algo complejo alcance a mucha gente que no está familiarizada con la materia. La materia que escogí esta vez fue un tanto atípica. A la hora de abordar una historia cualquiera lo primero que debe hacerse es determinar el sujeto que se va a historiar y luego fijar el ámbito temporal. Se puede hacer, por ejemplo, una historia de la agricultura, del cine, del transporte ferroviario o del arte románico. Si lo que nos interesa es la política podemos tomar un imperio del pasado y contar su recorrido por la historia, también podemos centrarnos en una época o un acontecimiento concreto como las guerras napoleónicas o la caída de Constantinopla. Es común que, si lo que se pretende sea contar la historia de un país, se parta de las fronteras del presente y se vaya hacia atrás contando lo que sucedió en esos territorios y cuál fue su evolución política. A eso se le conoce como historias nacionales, un género que nació hace siglos y que con las reformas educativas liberales se transformó en una asignatura de estudio obligado para los escolares.

Los libros de historia de España se centran en la historia de lo que hoy es el reino de España, lo mismo sucede con una historia de Alemania, de Italia o de Francia. Pero esas fronteras son, en la mayor parte de los casos, muy recientes. España adquirió su configuración territorial actual hace menos de medio siglo, cuando el Gobierno de la época decidió unilateralmente abandonar la provincia del Sáhara. Unos pocos años antes había hecho lo propio con la de Guinea. En el caso de las potencias coloniales europeas esto es especialmente llamativo. Vemos como la extensión geográfica que ha de incluirse en la historia nacional fluctúa continuamente. En Portugal, por ejemplo, el Estado Novo lanzó una campaña publicitaria en la década de los sesenta que llevaba por título «Portugal não é um país pequeno». Se confeccionó un mapa en el que las colonias portuguesas aparecían sobreimpresas en un mapa de Europa. Sólo Angola duplicaba en superficie la de la península ibérica. La intención del Gobierno portugués era transmitir la idea de que políticamente Portugal iba más allá del pequeño rincón que ocupa en la Europa sudoccidental. Unos años después esas colonias alcanzaron la independencia tras una larga guerra y salieron de la historia nacional de Portugal, al menos de la historia reciente.

En el caso de las repúblicas americanas se traduce en historias muy cortas porque también es corta la existencia de estas repúblicas. Las historias nacionales de México, Argentina, Colombia, Perú o Chile tienen todas dos siglos exactos. Todo lo anterior se despacha en pocas líneas, generalmente como un periodo de oscuridad ajeno al ser nacional. Si sobre el solar donde se asienta el Estado nación hubo en un pasado remoto una civilización importante la reclaman como predecesora tal y como sucede con los mexicas en México, los incas en Perú o los mayas en Guatemala. Para superar esos límites algunos historiadores deciden ampliar el rango tomando en cuenta factores culturales que, unidos a los políticos, permiten hacerse una idea mucho más de conjunto. Esto último es lo que me propuse hacer para este libro. Tomé como elemento conductor las lenguas y la cultura que hoy es predominante en la península ibérica y buena parte de América. Esas lenguas y esa cultura tienen un origen histórico bien documentado. Se las conoce como lenguas hispánicas ya que provienen de la península ibérica, el confín occidental del imperio romano al que llamaban Hispania.

Provienen todas ellas del latín y, entre los siglos XV y XX, se extendieron por el mundo junto a sus hablantes que navegaron por todos los océanos del planeta y se asentaron en los cuatro continentes, aunque mostraron especial predilección por el americano. Todas son fruto de una lenta evolución a lo largo de algo más de dos milenios. El castellano y el portugués, el catalán y el gallego de nuestro tiempo provienen directamente del latín tardío que se hablaba en las provincias hispanas del imperio durante la alta edad media. Ese latín fue transformándose en lenguas romances emparentadas entre sí, esa es la razón por la que aún hoy son en buena medida inteligibles mutuamente. La religión mayoritaria, la cristiana, llegó y echó raíces en el bajo imperio romano. El resto de los elementos culturales que caracterizan a los pueblos hispanos se fueron incorporando posteriormente.

Mi intención con este libro es recorrer de forma somera y entretenida la historia de estos pueblos originarios de la península ibérica que se unificaron culturalmente hace unos dos mil años y que, tras una edad media muy agitada, se derramaron luego por el mundo llevándose consigo sus idioma, su religión y su forma de entender el mundo. Era una tarea ambiciosa y más aún cuando la aproximación es meramente divulgativa lo que, en aras de la brevedad, impide introducir demasiados matices. Lo he titulado Hispanos porque de eso mismo va, de la historia de los hispanos en un lapso de tiempo realmente largo. Espero que sea del agrado de los lectores.

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