
El anuncio de Trump de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén no por esperada ha causado menor revuelo. Y quizá precisamente por eso, porque lo cambia todo, los líderes de la comunidad internacional ya tenían la respuesta preparada. Trump, además, se tomó el trabajo de informar previamente de sus intenciones a Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, a Abdelfatah Al-Sisi, presidente de Egipto y a Adbulá y Salmán, reyes de Jordania y Arabia Saudí respectivamente.
Otros se han enterado por la prensa. Erdogan se ha puesto tremendo y amenaza con romper relaciones diplomáticas, pero no con EEUU… sino con Israel. Los líderes europeos, por su parte, se han vestido de damiselas ofendidas, papel que, por lo demás, interpretan siempre muy bien. Pero los que más enfadados deberían estar son los palestinos porque, en buena medida, es una decisión que va contra sus intereses. A fin de cuentas ellos reclaman Jerusalén oriental como capital del futuro Estado palestino.
Abbas ha advertido que esto traerá «peligrosas consecuencias» y no ha ido más allá porque, a diferencia del difunto Yaser Arafat, es hombre poco dado a los calentones verbales. Pero que Abbas haya sido comedido no significa que otros dirigentes palestinos vayan a actuar de igual modo. Es previsible que en los próximos días llamen a una insurrección popular tanto en Cisjordania como en Gaza, una nueva intifada, la tercera, que ponga de nuevo a Israel y a su principal aliado contra las cuerdas. Otra cosa es que la mecha de esa nueva intifada prenda. Eso está por ver.
Los revoltosos -si es que terminan compareciendo- tendrán un nuevo objetivo: las embajadas y consulados de EEUU. A la de Tel Aviv dudo que se puedan acercar, no así con las que tiene en otros países. No será extraño encontrarse en DEFCON 3 a todas las legaciones norteamericanas repartidas por el mundo.
Muchos países temen dar pasos tan arriesgados como este precisamente por miedo a que ataquen sus embajadas. Pero ahí tenemos el caso de España, que lleva cien años sin meterse con nadie y en 1980 le asaltaron e incendiaron la embajada en Ciudad de Guatemala, en 1989 le bombardearon la de Beirut matando al embajador y en 2015 los talibanes atacaron la de Kabul matando a 10 personas. Una embajada nunca está del todo a salvo.
La cuestión aquí va más allá de un riesgo puramente terrorista que siempre puede prevenirse. Trump ha abierto la caja de los truenos, lo que ya no sé es si habrá suficientes truenos dentro. Supone que la primera potencia mundial tome partido y convierta en papel mojado la resolución 2334 de la ONU, adoptada hace un año y que afirma que los asentamientos israelíes de los territorios ocupados (incluyendo Jerusalén este) no tienen validez legal.
Washington ha mostrado a la ONU el dedo corazón extendido hacia arriba y cambia de golpe los presupuestos de partida de cualquier negociación que se emprenda a partir de ahora. Es decir, cuando los palestinos se sienten a negociar (si es que lo hacen) sabrán que pueden pedir lo que quieran, pero que insistir en Jerusalén oriental no es realista.
¿Convierte esto la negociación de paz en algo imposible? No necesariamente. Cambia los términos y otorga Israel una importante baza negociadora. No es lo mismo que traslade la embajada un país pequeño tipo Nepal a que lo haga Estados Unidos. Eso lo cambia todo.
Lo cierto es que, al menos hasta la fecha, los palestinos no han estado muy por la labor de negociar nada. Empezando porque no tienen una estrategia común y sostenida en el tiempo. Existen de facto dos autoridades palestinas: una en Cisjordania, la legítima, y otra en Gaza en la que gobierna Hamás desde hace diez años. Hay líderes palestinos que aceptan la solución de los dos Estados y otros que quieren echar a los judíos al mar. Quizá este movimiento de EEUU les fuerce a adoptar una posición unificada y realista. O quizá todo lo contrario. Eso lo dirá el tiempo.
El hecho es que los israelíes no piensan moverse de Jerusalén a no ser que les saquen con los pies por delante. La capital de Israel, y como capital hemos de entender el asiento del Gobierno y las instituciones del Estado, es Jerusalén. El Knesset (parlamento) está allí desde la fundación del Estado en 1948. Primero se reunía en la Casa Frumin y luego en el actual edificio que les regaló Rothschild en los años 60. Hay un barrio gubernamental en Jerusalén, el de Givat Ram, que alberga ministerios, el Banco de Israel y el Tribunal Supremo.
La ciudad dividida
Jerusalén nunca fue una ciudad dividida hasta que los jordanos ocuparon el casco histórico en 1948. Lo que siempre fue es una ciudad judía. Incluso después de la destrucción del Templo por los romanos en el año 70 sobrevivió una pequeña comunidad hebrea que se mantuvo durante siglos y empezó a crecer en el siglo XIX con judíos que llegaban de Europa. De lo que nunca ejerció es de capital de Palestina por la sencilla razón de que el Estado palestino jamás existió.
Fue una ciudad jordana hasta que el ejército israelí la tomó en 1967 durante la Guerra de los Seis Días. Guerra que Israel no comenzó, se limitó a defenderse de un ataque coordinado de egipcios, sirios y jordanos. Lo hizo con tanta destreza militar que en el contraataque ocuparon toda Cisjordania, Gaza, los altos del Golán y la península del Sinaí.
Después de esta guerra Jerusalén volvió a quedar unificada. Luego, para que fuese capital del Estado palestino habría que volverla a partir y regresar a la situación de 1948. Pero han pasado 70 años y un montón de cosas. En aquel entonces Jerusalén no era capital de Estado alguno, hoy si lo es y en ella viven 800.000 personas, de las cuales medio millón (un 62%) son judíos. ¿Habrá entonces que deportarlos? Eso mismo es lo que hicieron los jordanos con los habitantes del barrio judío en el 48.
Por el contrario, cuando los israelíes tomaron la ciudad en el 67 censaron a todos los árabes que vivían en la ciudad y les dieron la opción de nacionalizarse israelíes. Un dato más: la población árabe en Jerusalén ha crecido el doble que la judía en los últimos cincuenta años. Muy oprimidos no parecen.
Las posibilidades de que Israel abandone Jerusalén a su suerte son nulas. No es una ciudad cualquiera, es su capital y posee una fuerte carga simbólica para ellos. Tal vez lo mejor sea asumir los hechos consumados como tantas veces se ha hecho a lo largo de la historia. De eso mismo, de historia, Jerusalén va muy sobrada. Son tres mil años de presencia humana, ha estado controlada por persas aqueménidas, por griegos, romanos, bizantinos, sasánidas, abasíes, fatimitas, cruzados, mamelucos, otomanos y hasta británicos. ¿A quién pertenece? Hoy por hoy a sus habitantes. Harían bien en preguntarles en cuál de los dos Estados prefieren vivir.
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Donaldo tiene razones para despreciar a la ONU y se le presenta una excelente ocasión aprovechando que tiene que recordar, ahora que los EE.UU. están de retirada en Oriente Medio, quién es su delegado en la zona. Como toda su política exterior carece de tacto y diplomacia, en esta ocasión tampoco se ha dado margen para la cortesía o la mano izquierda y todos los amigos de la Palestina que sufre lo indecible y comete algún justificadísimo errorcillo de vez en cuando, se soponcian, se patatusan y se telelan. Para Israel esto es un erizo envuelto para regalo pues no les aporta nada práctico y recalienta un foco que estaba desatendido con tanto baqueteo Sirio-irakí.
Un cordial saludo.