
Temas tratados en la edición de La ContraRéplica de hoy:
- Diferencia entre ustedes y vosotros
- Anna Gabriel en Suiza
- Música étnica y occidental
- Reforma constitucional en la República Dominicana
- Gentilicio de los EEUU
- El chabacano de Zamboanga
- ¿Qué hacer con el Valle de los Caídos?
No todo el mundo sabría a quién uno se refiere cuando usa la palabra “Gringo”, ya que ella no sólo indica al “norteamericano” anglosajón , sino a todo lo que no responde al medio cultural y lingüístico iberoamericano (también se usa en Brasil), de modo tal que gringo en diferentes partes de América latina puede ser también un sueco o un alemán, hasta en Martín Fierro se usa y no creo que se refiriese a un yanqui perdido en las Pampas. Además, es nombre usual de perro macho, no creo que los “norteamericanos” o “americanos”, cada vez más hispanizados (solo hay que escuchar el perfecto castellano de Max, el oyente “americano” que llama) se sientan a gusto con éste, ni que convenga a los estudiosos de nuestras letras por la reducción de su sentido, como sustituto del ya establecido por el uso, más que por la lógica “estadounidense”. En este sentido elegir el termino gringo como termino universal y unívoco resulta tanto o más “incorrecto” (palabra usada por el periodista que resulta siempre discutible a la hora de explicar la vida real de los idiomas) que denominar a los ciudadanos de este país como “americanos” que definitiva se trata de una variante de Sinécdoque, donde se nombre la parte con el todo, perfectamente aceptable y legitimizada por el uso, que es lo que al final importa.
En mi opinión y por razones prácticas lo mejor es dejar las cosas como están valiéndonos en primer lugar (por muchas otras uniones de estados que existan en el mundo), del termino consagrado para estos ciudadanos por la Real Academia de la Lengua Española, el de estadounidense, según la RAE:
1. adj. Natural de los Estados Unidos de América. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a los Estados Unidos de América o a los estadounidenses.
En cuanto a los gustos musicales siempre respetables de Fernando, es lógico que los tenga, lo que no lo es, es esa especie de clasismo-eurocéntrico, inesperado en un hombre “leído” y “viajado” se desprende ese absolutismo de considerar la música clásica europea como superior a las creaciones musicales folclóricas, ya no africanas sino ibéricas. Aunque concedo que ello no tiene mucho que ver con el capitalismo, es un fenómeno de adoctrinamiento clasista que viene de antes.
Es verdad que el capitalismo abre fronteras, globaliza y nos enfrenta a lo desconocido, hasta ahí su parte positiva, pero al apostar por la ganancia, contribuye también al aplastamiento de determinada manifestaciones culturales en detrimento de otras con independencia de sus valores artísticos o estéticos, si hoy el españolito urbano de clase popular guste más del rap que de las coplas o que el mas o menos intelectualizado sea capaz de leerse íntegramente un Código Da Vinci cuando no puede con El péndulo de Foucault. Esto obedecer a la supuesta inferioridad de los sustituido por sus sustituto, ni siquiera a un acto de “libertad de gustos”, sino más bien una machacona estrategias de mercado y que nada tiene que ver, por ejemplo con una imposible superioridad de Dan Brown sobre el semiólogo italiano Umberto Eco, comparados ambos dentro del mismo género de la escritura. Este fenómeno de privilegiar editorialmente, según intereses lucrativos, la promoción de unos autores sobre otros, con independencia de sus cualidades literarias, también se observa en la industria musical a niveles intra o extra genéricos, y es lo que en realidad explica tanto el “gusto popular” como el de las élites más exclusivas.
En este sentido el oyente que semanas atrás afirmó que el capitalismo era culpable de que Díaz Villanueva no gustase de la música africana tendía cierto grado de razón, una razón que los mercadolatras, es decir los liberales, jamás reconocerían.
A todo ello habría que sumar este este proceso de acostumbrar el oído a “disfrutar” y sobre todo a asociar con determinados tipos de valores, en este caso los gustos de la aristocracia y de la burguesía, puede aplicarse cualquier persona desde incluido un niño para sus 10 años, aprender o despreciar los códigos de cualquier género musical implica un proceso que llamaremos eufemísticamente “educativo” del que no somos conscientes cuando declaramos que esta o tal música ya no sólo es mi favorita, sino que es superior a aquella otra. A lo sumo lo único que podemos decir es que este o aquel individuo prefiere escuchar estas o aquellas piezas de este o aquel tipo de música.
Que podemos liberarnos de esta esclavitud es verdad, pero este requiere, estudio y paciencia y hasta cierto “coraje”, para ir mas allá de nuestros prejuicios y buscar y experimentar y buscar aquel tipo de música en la que rara vez nos vimos envueltos o que de haberlo estado se nos hizo asociaciar con valores negativos.
La primera señal de esta liberación es que seamos capaces no solo de disfrutar, sino de reconocer las complejidad creativa y niveles de superioridad o inferioridad estética que existe dentro de cada forma de la llamada música universal o música global y es necesariamente superior a otro, llámese música clásica o ”culta” tradicional, folclórica, popular, étnica, etcétera.