
Una de las consecuencias más visibles e inmediatas de la Paz de Versalles fue la creación de la Sociedad de Naciones, una organización internacional que iba a poner fin a todos los conflictos bélicos. Nació el 10 de enero de 1920 rodeada de optimismo y buenas intenciones. No era para menos. Nunca antes se había intentado algo similar. Por primera vez la comunidad internacional colocaba a la paz como el objetivo único a conseguir.
Eso suponía un cambio importante con respecto a lo que había movido la política mundial hasta sólo unos años antes. De la paz armada se pretendía pasar a la paz a secas. Su tratado fundacional preveía una asamblea general, un consejo ejecutivo y una secretaría permanentes que se encargasen de negociar y arbitrar conflictos. Así se evitaría que las potencias llegasen a las manos como había sucedido en 1914.
Pero esas ambiciones no se correspondían con sus medios. La Sociedad de Naciones carecía de un brazo armado y casi nadie la tomó realmente en serio. Hubo países que se quedaron fuera por propia voluntad como los Estados Unidos, otros que entraron y la abandonaron tan pronto como les dejó de interesar. Pero la mayoría si se integraron. En su momento álgido, a mediados de los años 30, congregó a un total de 58 Estados soberanos, pero fue incapaz de contener los apetitos territoriales de las potencias del Eje.
Veinte años después de su fundación, cuando los cañones rugieron de nuevo en Polonia, era ya un espectro olvidado por todos. Serviría, eso sí, como base para su sucesora, la ONU, que aún habita entre nosotros y que, en buena medida, no es más que la Sociedad de Naciones puesta al día. Hoy en La ContraHistoria vamos a dar un repaso a esta peculiar Liga para la paz en la que tantas esperanzas se depositaron pero que cosechó un estrepitoso fracaso.
En El ContraSello:
– Historia del dinero
– El gran armisticio
– Visiones de la Historia
Bibliografía
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