El régimen de terror que instauró Gadafi en Libia tenía su otra cara en la vida de lujo y ostentación que llevaban sus hijos. Odiados por la población, la saga de los Gadafi tenía todo lo que les faltaba a los libios. Cuidada educación en universidades europeas, automóviles deportivos, palacios, mujeres Playboy y milicias privadas.
Las cuatro décadas largas de gadafismo en Libia fueron algo más que una dictadura. Como en prácticamente todas las tiranías árabes, lo de Gadafi era el Gobierno de una familia que disponía a su antojo de todos los resortes de poder en el país. No fue el primero ni, naturalmente, será el último en hacerlo. Cuanto peor es un déspota más confía en los miembros de su propia familia para anclarse al poder. La familia se convierte así en una especie de mafia formada por hermanos de sangre que comparten origen y atan su destino al del propio apellido.
Gadafi se casó dos veces y fue padre en ocho ocasiones. Acrecentó luego el patrimonio filial con dos adopciones. Al contrario que otros dictadores que llegaron al poder con la familia ya formada, Gadafi se hizo con las riendas de Libia con sólo 27 años y soltero. El mismo año del golpe de Estado contra el rey Idris, el joven coronel se casó con Fatiha Al Nuri, su novia de toda la vida, de quien nacería el primero de sus hijos, llamado Mohamed en honor al Profeta. Pero el matrimonio no duraría mucho, se rompió en 1970, pocos meses después del nacimiento de Mohamed.
Aquel año Gadafi enfermó de apendicitis. Convaleciente en el hospital se enamoró perdidamente de una de las enfermeras que le atendía, Safia Farkash, de sólo 18 años. Según se levantó de la cama pidió el divorcio y se casó con Safia, con la que sigue casado hoy, cuarenta años después. Safia demostró que, aparte de una diligente enfermera, era una paridora de primera clase. En 1972 nació Saif Al Islam (literalmente ‘Espada del Islam’), en 1973 Al Saadi, en 1975 Aníbal, en 1976 Ayesha, su única hija natural, en 1977 Al Mutasim, en 1982 Saif Al Arab y en 1983 Khamis. En todo este tiempo adoptó dos hijos: Milad y Hanna, esta última moriría en el ataque aéreo que Reagan ordenó sobre Trípoli en 1986.
La portentosa prole de Gadafi se crió al margen de la realidad de su propio país. Iban de palacio en palacio y su educación se dejó en manos de tutores privados. Algunos fueron a la universidad y luego fueron enviados a selectas instituciones europeas para obtener posgrados. El plan de Gadafi era entregarles el país cuando llegase el momento. Dependiendo de sus habilidades e inclinaciones, cada uno se encargaría de un área y lo haría, además, con una lealtad de hierro hacia la obra de su padre, que pretendía dejarlo todo atado y bien atado antes de morir.
Al mayor de todos, Mohamed, le correspondía la herencia principal: la jefatura del Estado, pero no estaba especialmente interesada en ella, así que le dieron la GTPC, el monopolio estatal de correos y telecomunicaciones. Cuando estalló la rebelión en el este del país a principios de 2011 Mohamed actuó como estaba previsto cortando el acceso a Internet para evitar que los revoltosos utilizasen la red en su beneficio. En agosto fue capturado por el Consejo Nacional de Transición, pero se las arregló para huir a Argelia, que es donde se supone que permanece junto a otros miembros de la familia.
Saif Al Islam era la cara moderada del régimen. Ingeniero de formación, con un MBA de una universidad vienesa y pintor vocacional, el segundo de los Gadafi se convirtió en el primer diplomático de Libia. Hablaba un inglés fluido aprendido en la London School of Economics y era extraordinariamente suave en sus formas. El padre le enviaba a entrevistarse con los líderes occidentales para limar asperezas y alardear del refinamiento y la buena educación de la que el paterfamilias carecía. De nada le sirvió, en junio fue capturado y hoy se encuentra preso en Trípoli.
Su hermano Al Saadi no estaba interesado en la diplomacia y, mucho menos, en estudiar. Quería ser futbolista. Le hicieron presidente de la federación nacional de fútbol y capitán de la selección, a pesar de que no era un jugador especialmente dotado. Pero Libia se le quedaba pequeña y consiguió que, previo pago, le fichasen en la liga italiana. Entre 2003 y 2007 jugó en el Pergugia, el Udinese y la Sampdoria. No marcó un solo gol y disputó solamente dos encuentros menores. Entretanto se dedicaba a hacer negocios privados, a llevar una vida de playboy y a tener algún que otro encontronazo con la justicia italiana.
En Europa Al Saadi llevaba una vida propia de un sátrapa persa. Tenía una mansión en Londres, en el selecto barrio de Hampstead, donde solía pasar temporadas entregado al vicio. Según se ha sabido después, se llegó a gastar más de 12 millones de euros en prostitutas –exclusivamente orientales– y cocaína con la que animaba las interminables noches londinenses. Gran aficionado al rap, en 2008, durante unas vacaciones en Cannes, se hizo traer desde Los Ángeles a un grupo de raperas blancas californianas, las Pussycat Dolls, para que actuasen en privado delante de él.
No escatimaba en medios para conquistar mujeres. Siempre iba acompañado de un maletín negro cargado de dinero en efectivo. A la bailarina búlgara Dafinka Mircheva le regaló joyería valorada en más de 100.000 euros cada vez que la visitaba en París. La ciudad de la luz era uno de sus cuarteles generales. Allí se alojaba en habitaciones de 4.000 euros la noche. En una ocasión, cuando se encontraba en una suite del hotel George V de París no se le ocurrió mejor idea que enviar a un sirviente a comprar chuletas de cordero a las dos de la mañana para cocinarlas dentro de la habitación como si estuviese en la jaima de su padre. Después de esta el George V no volvió a aceptarle como cliente. Hoy es persona non grata allá donde va. Se cree que ha conseguido huir a Níger con suficiente dinero para comprar su exilio.
Aníbal quiso ser marino. Conseguido el título, su padre le recompensó con la compañía nacional de transporte marítimo. Se casó con una modelo libanesa, Aline Skaf, tan despótica como su suegro. El escándalo estalló en 2008, cuando Aníbal y su esposa fueron detenidos en Ginebra acusados de herir gravemente a dos sirvientes. El episodio ocasionó un conflicto diplomático entre Suiza y Libia. Un año después la agredida fue la propia Aline, que recibió una soberana paliza por parte de su marido en un lujoso hotel de Londres. Cuando los rebeldes tomaron Trípoli el resto de la truculenta historia doméstica de Aníbal salió a la luz. Aline maltrataba al servicio de un modo sistemático y especialmente cruel. A una niñera, por ejemplo, la abrasó con agua hirviendo por negarse a abofetear a su hija.
Mutasim era la verdadera espada del régimen. Gestionaba los servicios de inteligencia y era el terror del ejército, al que se había dedicado desde sus años mozos. Disponía de una milicia privada formada por mercenarios reclutados en el extranjero. Ese iba a ser el último y más fiel reducto de los Gadafi que terminó sucumbiendo. Mutasim gozaba de fama de mujeriego. Su última conquista fue una modelo holandesa que había sido portada de la revista Playboy. Organizaba fiestas en el Caribe para las que contrataba a estrellas como Beyoncé o Mariah Carey. A la primera le pagó un millón de dólares por interpretar cuatro canciones para él y sus invitados. La revuelta acabó con la fiesta perpetua del quinto de los Gadafi. Hoy está en paradero desconocido.
Ayesha, una mujer bella y atractiva, ingresó en el ejército y fue ascendida de inmediato al rango de teniente coronel. Entabló relación con Sadam Hussein, a quien defendió durante el juicio que siguió a su detención. No tuvo demasiado éxito, el autócrata iraquí fue condenado a una muerte humillante grabada con un teléfono móvil. Posteriormente su padre la colocó en la ONU, donde fue elegida embajadora de buena voluntad. Sus buenos contactos internacionales le han permitido un refugio de oro bajo el paraguas del Gobierno argelino.
Saif Al Arab era el trasunto de su hermano Mutasim pero sin las atribuciones militares del primero. Vivía en Alemania, en Múnich, adonde había acudido para estudiar. En la capital bávara se hizo famoso su Ferrari de 200.000 euros y sus juergas nocturnas en compañía de mujeres de bandera. Hoy está desaparecido aunque el nuevo Gobierno libio asegura haber acabado con su vida en un ataque aéreo sobre su mansión tripolitana.
La muerte de Saif Al Arab no está confirmada, pero sí la de Khamis. Al más joven de la saga le gustaba mucho España. Tenía un gran yate en Mallorca y había elegido Madrid para estudiar un master en el Instituto de Empresa, del que fue explusado en marzo de este año, un mes después de que empezase la guerra civil en Libia. Poco más se sabe de él. Graduado por la academia Frunze de Moscú, disponía, como Mutasim, de una brigada privada. Murió a finales de agosto víctima de un ataque de un helicóptero de la OTAN sobre un todoterreno equipado de ametralladora en el que viajaba.
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