
Este lunes Pedro Sánchez recibió en el Palacio de la Moncloa a Quim Torra, presidente de la Generalidad de Cataluña al que Sánchez había calificado como el «Le Pen de la política española» sólo unos días antes de llegar inesperadamente al poder. La reunión, que duró más de dos horas e incluyó un paseo por los jardines de la Moncloa, no arrojó acuerdo alguno. Todo se quedó en un publirreportaje televisado a mayor gloria de Sánchez.
Quim Torra no está dispuesto a cambiar ni una coma de su discurso porque no quiere, y Pedro Sánchez porque no puede. Un diálogo de sordos perfectamente escenificado que sirve para llenar las noticias de un día pero nada más. Un juego de trileros que tratan de engañarse el uno al otro y que podría terminar saliéndoles carísimo.
La puesta en escena es un mensaje nítido: los secesionistas no son nuestros enemigos, lo que sería estupendo si realmente no lo fuesen, pero como su proyecto consiste en usurpar la soberanía de todos, separar el territorio y doblegar a los catalanes desafectos, pues lo que a Pedro le parece estupendo lo mismo resulta estúpido, puesto que esta actitud les da tiempo a los secesionistas para seguir minando la sociedad catalana desde las instituciones y deja al presidente español como el cómplice complaciente. Si con Mariano el secesionismo acabó donde empezó, es decir, en el gobierno autonómico, eso sí, con algunos haciéndole pedorretas por media Europa y otros encarcelados pese a la voluntad de Mariano, ahora, con Pedro, los encarcelados se acercan a casa, y desde el gobierno autonómico se sigue tramando el plan de ruptura mientras el presidente español se ufana de su talante conciliador, dejando hacer y desperdiciando el tiempo, hasta que los acontecimientos le corneen, y con él a todos. Pero eso no ocurrirá porque, por lo visto, los secesionistas no son nuestros enemigos.
Un cordial saludo