
Se ha armado un considerable escándalo a cuenta de un manifiesto firmado por un centenar de artistas e intelectuales francesas contra el «puritanismo» que habría desatado el caso de los múltiples acosos sexuales del productor Harvey Weinstein. El manifiesto en cuestión se titula «Nosotras defendemos la libertad de importunar» (texto completo en español). Empieza fuerte y poniendo lo principal en su sitio «la violación es un crimen» (y como tal debe ser perseguida y castigada). Luego sigue con «pero el galanteo insistente o torpe no es un delito ni el piropo una agresión machista». Aquí, en una sola frase, se condensa una de las ideas principales: el flirteo no es acoso sexual ni supone agresión alguna, es un comportamiento normal e incluso necesario.
Flirtear, de hecho, es una actividad ineludible si se quiere intimar con una mujer o con un hombre. Es algo perfectamente normal, lo anormal sería presentar un impreso con sus casillas o un examen tipo test y hasta que no esté relleno y firmado no puedes abrir la boca. Ídem con los piropos. Según el diccionario de la Real Academia un piropo es un «dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de la mujer». Los piropos son, por lo tanto, siempre positivos. Pueden ser torpes, ordinarios o llegar a destiempo pero su contenido siempre es elogioso. Es decir, no hay ánimo de agredir cuando se profiere un piropo.
El piropo, además, lo practicamos todos, tanto dirigiéndolos a hombres como a mujeres. A un amigo que juega muy bien al fútbol le piropearemos alabando su dominio del balón, a uno que es diestro con la guitarra se lo haremos saber, a una mujer guapa se lo recordaremos para halagarla y a otra que hace una tortilla de patata estupenda le diremos que es la mejor que hemos comido jamás. Un piropo es cortesía y reconocimiento de las gracias ajenas, es señal de educación y respeto.

Pero las neofeministas no quieren poner todos los piropos fuera de la ley, tan sólo los que van atados a la galantería de los que, por cierto, se valen tanto los hombres como las mujeres. A mi me han piropeado en más de una ocasión. Hasta guapo me han llegado a decir. En ese caso, después de agradecerlo, les doy el número de mi oculista para que les haga unas gafas. Pero ese no es el piropo galante que han puesto en la picota, sino el que va dirigido de los hombres a las mujeres. Arguyen que no se ha pedido antes y que, como consecuencia, es algo ofensivo. Ya, pero es que un piropo no se pide, en el piropeo el factor sorpresa lo es todo, si tuviesen que pedirse antes dejarían de ser piropos. ¿Qué pasa entonces cuando el piropeador es un tipo pesado y cargante? Pues sencillo, se le pide educadamente que no siga por ahí y asunto zanjado.
La idea misma de prohibir los piropos es tremendamente machista, es considerar a las mujeres menores de edad y, como tal, tuteladas y protegidas por una instancia superior. Cualquier mujer sabe defenderse de un pesado. A no ser, claro, que lo que se busque es cortar en seco cualquier comunicación de tipo galante entre hombres y mujeres y esté empleándose esto como coartada.
Ahí el manifiesto vuelve a dar en el clavo al decir «es algo propio del puritanismo utilizar los argumentos de protección y emancipación de la mujer para atarnos al estado de víctimas eternas«. Durante el periodo dorado del puritanismo en el siglo XIX se tapaba a las mujeres de arriba a abajo con faldas hasta los tobillos y cuellos hasta la garganta para «protegerlas» de la inmoralidad que anidaba en los hombres, todos dominados por una concupiscencia irrefrenable. Las relaciones amorosas se tornaron alambicadas y llenas de complicaciones, aparecieron figuras como la «carabina», una tercera persona que acompañaba a los novios cuando éstos se citaban para pasear. La «carabina» era necesaria porque el hombre no se podía contener y la mujer, débil y victimizada, no podía oponer resistencia.
Los moralistas, esa variedad de seres humanos que hacen del sermoneo y la represión sexual y emocional su razón de ser, estaban encantados. Ahora vuelven a estarlo con el puritanismo de las feministas de nuestros días, que absolutamente nada tienen que ver con las de hace 50 ó 60 años. Entonces demandaban la emancipación de las mujeres, que dejasen de ser menores de edad y pasasen a tomar las riendas de su propia vida. Eso incluía responsabilizarse de sí mismas y poder relacionarse con los hombres en un plano de igualdad: si tu me piropeas, yo te piropeo, si no queremos más piropos lo decimos y a otra cosa, si somos objeto de una agresión la denunciamos en comisaría en lugar de callar por miedo al qué dirán.
Un piropo, en definitiva, no es una agresión como tampoco lo es una aproximación torpe. La seducción es una ciencia complicada. Hay que ser muy sagaz para leer correctamente las señales que envía la otra persona, que no suelen ser verbales. No todo el mundo es tan hábil por eso en el cortejo se producen equívocos, malentendidos y situaciones incómodas. Siempre fue así y siempre será así.
Claro, que si redefinimos el término agresión como cualquier acto o palabra que nos molesta no nos quedaría otra que concluir que estamos agrediéndonos todos y a todas horas, que vivir es una pesadilla y que, como diría Sartre, el infierno son los otros. Una mirada torva es una agresión, un tono de voz irritante es una agresión, un simple suspiro o una carcajada también podrían ser una agresión. La cosa creo que va por ahí, de actualizar y ensanchar el catálogo de agresiones con la peculiaridad, eso sí, de que sólo lo sean cuando viajan de un hombre a una mujer.
Lo que nos lleva de cabeza a otro de los puntos del manifiesto: el desplazamiento de una loable empresa como es denunciar el acoso sexual hacia una causa general contra todos los hombres y, por extensión, contra la sexualidad. Esto ya encaja como un guante en el discurso dominante entre las feministas radicales de que todos los hombres somos violadores e incluso asesinos, es decir, que todos somos culpables por el mero hecho de nacer hombres. Un disparate que ha echado raíces en un feminismo minoritario y ultramontano, pero a la vez el más militante y cuyo objetivo confeso es convertir sus delirios en leyes.
(Texto completo del manifiesto en español)
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Libertad significa decidir y responsabilizarse, elegir entre distintas opciones y asumir a lo que uno se obliga y a lo que se renuncia. No es fácil la libertad, en muchas ocasiones porque no se sabe qué es lo que se quiere y en muchas más porque no se está dispuesto a aceptar las consecuencias de optar por lo que se quiere.
La libertad sexual es la libertad aplicada a las relaciones personales y a las pasiones, es decir, a un territorio de deseos inconstantes y de consecuencias incalculables. Es un reto enorme para un adolescente y ciertamente complicado para los adultos.
Toda persona con las ideas claras, capaz de hacer vales sus decisiones y de responsabilizarse de ellas, precisa leyes que le protejan en caso de coacción no leyes que le eximan de decidir, pues estas le transforman de persona a cordero.
Un cordial saludo.
Y como que no les gusta poco a ellas (nos a todas, pero sí a la mayoría) que las miren y las deseen. Si los hombres hacen muescas en su canana con los encuentros sexuales que han tenido, ellas las hacen con las miradas que reciben al día. Está visto, revisto y comprobado. Hay que saber a qué y con quién estamos jugando, y eso vale para ambos sexos. Así que amigos, tened educación, respeto y fair-play, y amigas, no seáis hipócritas.