
Donald Trump lleva meses esquivando el tema cubano, que fue uno de los capítulos estrella del segundo mandato de Obama. Al final, hace unos días en Miami se decidió por renovar las promesas hechas en campaña al exilio cubano. Dijo textualmente que «los días de la política de Obama con Cuba se habían acabado» levantando en el acto la liebre y provocando una ola de reproches a lo largo y ancho de medio mundo y, por supuesto, en la propia Cuba.
Yo, en cambio, me ilusioné, pensé que por fin este hombre hacía algo digno de aplauso, porque Obama había tirado por tierra innecesariamente y a cambio de nada seis décadas de política firme y sensata frente a una dictadura odiosa. Los compromisos de Trump se centran en tres aspectos. El primero limitar los viajes individuales a Cuba, el segundo exigir a Castro una serie de contrapartidas a cambio de nuevas negociaciones, y el tercero restringir el acceso que las empresas turísticas controladas por el ejército cubano (es decir, todas) tienen a sus fondos depositados en el extranjero.
Las tres están bien, pero a mi me parecieron poco. No va a volver, por ejemplo, la doctrina de pies secos-pies mojados que Obama fulminó miserablemente unos días antes de irse. No se van a cerrar las embajadas, los 20 memorandos de entendimiento suscritos entre ambos países se mantendrán y Cuba seguirá fuera de los listados de países que patrocinan el terrorismo. Esto último a pesar de que el Gobierno castrista lleva promoviendo el terror contra sus enemigos desde casi el mismo día en que llegó al poder hace ya casi 60 años.
Porque a veces se nos olvida que los Castro llevan 60 años en el poder. 60 años, muy pocos de los que están leyendo esto ahora estaban en el mundo cuando Raúl y su hermano entraron en La Habana en enero de 1959. Si en 60 años no ha cambiado nada dentro del régimen, ¿por qué habría de hacerlo ahora?, ¿qué ganaría Castro y los jerarcas del partido democratizando el país y abriendo el juego político a otras fuerzas? No ganarían nada, de hecho lo perderían todo.
Fidel Castro, a diferencia de otros líderes del bloque del este, entendió a la primera que aquello de la Perestroika y la Glasnost era un suicidio para él y los suyos. Los vio caer uno a uno. A Honecker en Alemania Oriental, a Jaruzelski en Polonia, a Ceaucescu en Rumanía, a Zhivkov en Bulgaria… y, naturalmente, al propio Gorbachov en la Unión Soviética. Vio también como casi todos terminaron delante de un tribunal o fusilados tras un juicio sumario como el dictador rumano.
Sabía, en suma, que no podía ceder ni un palmo por muy adversas que fuesen las circunstancias. Pero sabía también que Cuba no producía nada, que vivía de prestado de los subsidios soviéticos, lo que le conducía directo al desastre. Ese fue el origen del llamado «periodo especial«, que trajo unos efectos catastróficos sobre la población. Durante esos años Castro rediseñó el sistema y alumbró un nuevo modelo económico basado en la explotación directa de la mano de obra cubana en régimen de semiesclavitud. La casta dirigente vende trabajadores a los hoteleros extranjeros, que pagan en dólares al Gobierno, luego éste los remunera en inservibles pesos cubanos. Eso y el alquiler de mano de obra cualificada, básicamente médicos, a los países amigos y con divisas para pagar por ella. Sumémosle el subsidio venezolano desde 1999 y entenderemos cómo ha sobrevivido el castrismo desde el colapso del socialismo real.
Ese es el verdadero sistema económico de Cuba, algo planteado para que la élite del partido y del ejército siga atornillada al poder eternamente porque son los únicos que tienen acceso a moneda fuerte. Luego, si nos metemos en la piel de un castrista, todo lo que veremos es que el sistema es perfecto y no necesita reforma alguna por mucho que los bienintencionados políticos europeos y los demócratas estadounidenses se empeñen en lo contrario. De hacerse esas reformas supondrían el fin de este sistema semiesclavista concebido durante los años de hierro del «periodo especial».
Pero seamos optimistas como muchos de mis paisanos. Supongamos que Raúl Castro, ya en la recta final de la vida, decide enmendarse y acomete las reformas que permitan a Cuba salir del «periodo especial» y a los cubanos de la miseria. Es decir, que se vietnamice, que haga lo de China. Sería un avance indudablemente. Al menos hambre no pasarían y los cubanos podrían montar un negocio e incluso salir de la Isla. Y nada más.
Pero ni China ni Vietnam son países libres en el sentido político, sino férreas dictaduras de partido único que simplemente no matan a sus respectivos ciudadanos de hambre. No hay razón alguna para pensar que Cuba haría ese viaje hacia la libertad cuando otros países más grandes no lo han emprendido ni en 40 años de reformas económicas.
Hay un elemento más que toca directamente con la geopolítica regional y hasta mundial. La Cuba de los Castro fue una amenaza, es una amenaza y seguirá siendo una amenaza para el mundo libre. Es la voz que susurra al oído de Nicolás Maduro y la cabeza pensante detrás de todos los movimientos antioccidentales desde la caída del Muro de Berlín. Lleva 30 años tratando de desestabilizar las democracias occidentales en la medida de los medios que dispone, que no son tantos como tuvo la URSS, pero sí los suficientes para poner Hispanoamérica patas arriba como sucedió durante la década pasada.
En resumidas cuentas, la revolución cubana no es amiga de Estados Unidos como no lo es de la Unión Europea. Luego es de necios tratarla como tal desde este lado.
Si Trump se toma en serio el reajuste debería fijar una serie de líneas rojas entre las que tienen forzosamente que figurar el reconocimiento de las libertades de expresión y asociación, la liberación de todos los presos políticos y el respeto a los Derechos Humanos. Líneas que, por descontado, el Gobierno de Castro no va a atravesar jamás porque si lo hace desaparece. Por eso mismo hay que señalárselas.
Más en La ContraCrónica
Cuando un político cuela una vileza en una hucha serigrafeada con alegorías de paz, justicia y solidaridad, a su sucesor le queda la papeleta de martillear la hucha y mostrar la vileza a quienes se están tapando los ojos horrorizados por el destrozo del cerdito del amor. No sé si Donaldo va a romper la obamita huchita del amor de Cuba porque tiene los ojos tiernos, la sonrisa optimista y no se le nota nada que está llena de gusanos.
Un cordial saludo.
que triste es ver que en el exilio haya tantos cub anos imbéciles a los que les conviene que la guerra fria con Cuba viva eternamente para ellos seguir viviendo sin trabajar, solo de la politica y los que todavia estan en Cuba que se jodan, ya ellos estan en Miami, y ademas es vergonzoso apoyar a un presidente que de presidente solo tiene el titulo porque es un ignorante, un estaffador, un estupido y un racista
Cuba ya se está vietnamizando, ya llevan años que levantaron muchas restricciones para viajar ( de hecho la mayor barrera para un cubano medio es la visa, claro a menos que seas opositor o seas profesional), al igual que hay muchas actividades que están permitidas a los locales llamados «cuenta propistas» .
Por desgracia Raúl Castro paró todo este proceso , sí el busca quedarse en el poder, pero ojalá su sucesor (muy probablemente Díaz Canel) sea el Deng Xiaoping.
Y claro que en América latina puede sobreviri el régimen abriéndose a la economía como lo hace Ortega en Nicaragua