
Tras ganar holgadamente las elecciones de marzo de 2008 y con la crisis económica ya encima, a Zapatero no se le ocurrió mejor idea que crear un nuevo ministerio, el de Igualdad, y poner a su frente a una pipiola de poco más de 30 años, feminista radical y con la dirección de la Agencia Andaluza para la promoción del Flamenco como único curriculum. Los medios se entretuvieron como gatos de angora con el ovillo de lana que acababa de echar el gobierno sobre la alfombra, y otras noticias de mayor envergadura –como el crecimiento desmesurado del desempleo– pasaron durante un par de meses desapercibidos para la opinión pública.
Tal vez esa era la intención de Zapatero al inventarse un ministerio prescindible regentado por una ministra polémica e incapaz que ha conseguido en sólo dos años decir más majaderías que todos los ministros de la democracia juntos. Fue nombrada en abril, dos meses después, a principios de junio ya estaba sirviendo platos de estulticia y sinsentido a la hora de la cena, coincidiendo con el informativo de la noche, el que forma la opinión de los televidentes y fija la agenda política del día siguiente. Su primer gran disparate fue la creación de un teléfono para que los maltratadores en potencia se sirviesen de él y canalizasen su agresividad a través de la línea, y no con su mujer.
La cosa dio que hablar durante unos días preciosos para el Gobierno y luego se desinfló. Fue entonces cuando, en una nueva comparecencia, habló de cambiar los términos de paternidad y maternidad para adaptarlos a las parejas del mismo sexo. Así, podría darse el caso de dos maternidades o dos paternidades, que no se corresponderían necesariamente con la figura del padre o la madre, conceptos burgueses y supuestamente anticuados que no caben en el mundo feliz de Zapatero y sus ministros. Ni que decir tiene que, desafiando a la legislación de progreso, todos los niños nacidos y por nacer siguen teniendo un padre y una madre, el primero hombre y la segunda mujer. La biología es así de facinerosa.
Las dos primeras incursiones de Aído en el absurdo no fueron más que el aperitivo de su primer Óscar a la idiocia ministerial. El 12 de junio de 2008, la gaditana creo de la nada la palabra “miembra” para referirse a las componentes de una comisión parlamentaria. Eso la lanzó de cabeza al estrellato. Los periodistas afines no daban crédito a lo que oían y evitaron el tema, los otros se cebaron a modo, que era exactamente lo que buscaba Moncloa para tapar la crisis, que ya en junio arreciaba con fuerza inusitada.
Para tender magistrales cortinas de humo dignas del mismísmo Rubalcaba, Aído ha demostrado unas dotes fuera de lo común. Después del formidable escándalo de las “miembras”, término que ha terminado pasando al acervo popular para referirse al ciertas feministas analfabetas, Aído suministró nuevos titulares a la prensa. Anunció que iba a crear bibliotecas para mujeres en las que sólo podrían encontrarse libros escritos por mujeres, es decir, un lugar donde, directamente, se prohíba la existencia del varón. Toma igualdad. La boutade fue tan sonada que César Antonio Molina, a la sazón ministro de Cultura, tuvo que salir a enmendar la plana a su compañera. Unos meses después fue cesado y sustituido por otra “miembra”, esta vez cultural, titiritera y singular creadora de titulares y querellas. Hablo de Ángeles González Sinde, la de la ley homónima.
Convertida ya, en apenas tres meses, en una rutilante estrella de gabinete, Aído se ha especializado en declarar una tontería, generalmente de gran tamaño, o en organizar una polémica cada vez que Zapatero lo ha necesitado. Con el aborto ha resultado ser una mina. La ministra, ferviente partidaria de la nueva e infame Ley, llegó a afirmar que un feto es un ser vivo, pero no un ser humano; o que no había inconveniente en que las adolescentes abortasen sin decírselo a sus padres porque, a fin de cuentas, tampoco les consultan cuando van a “ponerse tetas” (sic). Bibiana, que es vulgar hasta la extenuación, sabe ocultarlo muy bien. Es una de las ministras mejor vestidas, mejor peinadas y que mejor desempeña la pasarela de cuota que inauguró de la Vega hace seis veranos.
Aunque su aspecto de niña pija deslenguada dé lugar a equívocos, aplica con denuedo el catecismo del paleofeminismo más radical. Ha llevado la disparatada ley de violencia de género hasta su extremo más esperpéntico organizando una millonaria campaña en la que ella misma, acompañada de artistas de la zeja e invitados especiales, muestra una tarjeta roja a los maltratadores, sólo a ellos; ellas, las maltratadoras, que también las hay, parece que tienen bula ministerial.
El descenso a los infiernos de la doctrina de género le ha radicalizado en los últimos tiempos. Hace no mucho pidió formalmente que se incluyese en los planes de estudio universitarios una asignatura troncal de feminismo. Esto después de gastarse millón y medio de euros en patrocinar másteres y seminarios de temática feminista por todas las universidades españolas. Un dinero muy bien invertido en crear de la nada toda una burocracia “de género” que, como un ser vivo, espera consolidarse y crecer al abrigo de un Gobierno tan próvido en dádivas.
La primera infancia tampoco se salva de su furor normativo. Para evitar que las niñas se identifiquen con los “estereotipos pasivos” de los cuentos, ha propuesto que personajes como Blancanieves o la Bella Durmiente se destierren de los colegios. De este modo, leer La Cenicienta a nuestra hijita antes de dormir podría convertirse en un acto subversivo, y hasta penado con una ley promulgada al efecto.
Como lo de la asignatura de feminismo y lo de los cuentos no ha surtido el efecto deseado, porque todo, hasta lo más llamativo, termina cansando, la ministra ha tenido que pisar más a fondo el acelerador de la bufonada. La última, inventarse un cuerpo especial para constatar mediante inspección que las empresas privadas han acabado con la llamada “brecha de género”. Este cuerpo, formado por los llamados “Agentes de Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres” sería algo así como una Stasi feminista dedicada a infiltrarse dentro de las empresas para decirles cómo tienen que hacer las cosas si no quieren exponerse a un severo castigo. A la tercera, la vencida. Aído ha vuelto a la primera plana justo el mismo día en que la agencia S&P rebajaba la calidad de la deuda española. Bibi, que sabe de qué va esto y a quién sirve, se paga el sueldo.
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