
La cumbre de Singapur cumplió con lo esperado. Donald Trump y Kim Jong-un estrecharon la mano, comieron juntos, conversaron durante horas y se hartaron a hacerse fotos. A modo de remate firmaron una declaración conjunta poco ambiciosa pero muy diplomática. Corea del Norte se compromete a desnuclearizarse mientras que Estados Unidos le aporta en compensación garantías al régimen. Garantías de que no va a ser derrocado se entiende.
A partir de aquí todo tendrá que hacerse tras una negociación que durará meses y en la que tendrán que bajar al detalle. Pero a Singapur no fueron a eso. Ambos sabían que había premio si se comportaban y fueron a recogerlo. Especialmente Trump, que venía de darse un coscorrón muy serio en la cumbre del G-7 y que se anotó el mayor éxito diplomático de su presidencia.
Donaldo quedó por encima de Kim, pues a cambio de bonitas palabras le ha sacado a Kim la promesa escrita de su desnuclearización y una foto que le deja como mandatario de postín, y Kim, al tragarse ese sapo, ha obtenido la promesa, no documentada, del levantamiento de las sanciones. Ahora toca ir comprobando la solidez de las buenas intenciones y eso lleva tiempo, así que los norcoreanos van a seguir estando aviados una temporadita más. La península de Corea deja tras esta cumbre de ser un punto caliente, Donaldo dejará de pensar en ella durante una temporada y Kim se debatirá entre lo que le conviene mucho, poco y regular para definir su compromiso con la estabilidad. De momento, asunto aparcado.
Un cordial saludo.