
Se supo hace dos días que el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, había propuesto a EEUU adelantar las elecciones para salir de la crisis actual. Las protestas contra el Gobierno no se han detenido en dos meses, han ocasionado ya más de 150 muertos y el país se encuentra paralizado. Ortega y el sandinismo no saben muy bien como van a salir de esta. Les han caído ya las primeras sanciones internacionales y las manifestaciones se recrudecen.
La patronal, entretanto, ha convocado un paro nacional para presionar a Ortega y que abandone pacíficamente el poder. El paro estaba convocado para hoy, día 14, pero en Managua y otras ciudades hay tiendas y negocios cerrados desde hace dos días. Todo se pone en contra de Ortega, a quien va a hacer falta todo el ingenio del mundo y mucha suerte para mantenerse en el poder.
La violencia que ejerce Daniel para sobrevivir, apenas tiene sentido, porque está en una encrucijada fatídica entre conservar el poder de un país devastado por sus atropellos o perder el poder como aperitivo de muchas otras pérdidas. El mayor problema de la soledad de Daniel es que desde su aislamiento y desamparo nadie le importa un córdoba y los muertos nicaragüenses no significan para él la tragedia de un país roto sino menos gente que le pueda arrebatar lo atesorado con tanta codicia. Daniel jamás tuvo la no violencia como algo estimable, ni tuvo la libertad en alta consideración pero últimamente se perdona todo lo que no sea pura vileza y mezquindad. No sé a dónde le va a llevar esta deriva suya pero apostaría a que le va a llevar a donde no querrá estar y mucho antes de lo que quisiera.
Un cordial saludo.