
Para los viajes de Rajoy no hacen falta alforjas, de hecho, no hace falta siquiera asno. A pesar del empeño que pone en parecerse a Franco en aquello de la morosidad en tomar decisiones, en aplazarlo todo hasta que el tiempo lo resuelva, en esperar pacientemente con la daga entre los dientes para cobrarse cumplida venganza por ofensas pasadas, lo cierto es que quizá sea el presidente de Gobierno más previsible desde que fue creado el cargo a la muerte de Fernando VII, hace ya casi dos siglos. Dos botones de muestra: lo de Madrid y lo de Valencia. Al final, después de tanto ruido, ha terminado poniendo a los de siempre. El Partido Popular, anquilosado hasta el tuétano, alérgico al riesgo, hostil al cambio, preso de una inmóvil aznarocracia que lleva amarrada a la poltrona desde hace más de un cuarto de siglo, no quiere cambiar las caras porque de cambiarlas tendrían que cambiarse ellos. Y hasta ahí podríamos llegar. ¿De qué iba a vivir toda esta banda sin el recurso al politiqueo?
La ley de Génova es simple: el dedo de Dios desciende sobre los mortales y en ese punto se acabó la historia. Al los militantes que les vayan dando, están ahí para hacer bulto, como los procuradores de las Cortes franquistas pero sin percibir sueldo alguno. A Aznar lo puso Fraga, a Rajoy, Aznar y, a todos los demás, Rajoy. Es fácil de entender, ¿verdad? Ni un cuerpo de ejército funciona con una precisión tan escrupulosamente jerárquica como el aparato pepero. Al final resulta que la renovación en el PP se llama Ciudadanos. Los naranjitos, por ejemplo, van a presentar en Madrid a dos novísimos: Begoña Villacís e Ignacio Aguado. No sé si son buena o mala gente pero al menos no estamos hartos de verlos por la tele, que luego si salen elegidos ya nos hartaremos ya, pero entretanto ahí nos dejan peleles nuevos para que unos les faltemos el respeto poniéndoles motes mientras otros, los flipados del tema, se flipen todavía más pensando en la política, esa basura hedionda de mano larga y seso corto, hay algo noble.
En el PP no han advertido –o no quieren advertir– que estamos ante un cambio de ciclo, que lo anterior se va muriendo, que o se ponen las pilas o la historia se los lleva por delante. Hacer el Rajoy, que es la metáfora misma de hacer el avestruz, solo servirá para alargar la insufrible agonía que espera a los genoveses tras los dos vía crucis electorales que les aguardan. Fingir que la realidad no existe no implica que la realidad haya dejado de existir. La España de hoy es muy diferente a la de la transición. De hecho, ha pasado el mismo tiempo desde la aprobación de la Constitución que el que transcurrió entre el final de la guerra y las elecciones del 77. Los cuarenta mágicos años que van marcando el compás de las diferentes etapas de la España contemporánea. La derecha de entonces estaba por mantener lo conquistado durante la “oprobiosa”, la de hoy, en cambio, debería estar justo por lo contrario. Pero no, la reata opositora de Soraya y sus pimpollos, persevera en su idiotez. Deben creer que, como son abogados del Estado, cuentan con algún poder especial tipo Spiderman. Dan por bueno que el nuestro sea un país esencialmente socialista, pedigüeño, tercermundizado mentalmente y se conforman con administrarlo ellos. Cuando la derecha cae en manos de conservadores o, peor aún, de democristianos afuncionariados, no se puede esperar otra cosa. Nos está bien empleado.
En los tiempos de cambio, parafraseando a Saint-Just, todo lo que no es nuevo es pernicioso. Por eso Podemos o Ciudadanos se están llevando a los votantes al huerto. Sale Pablo Iglesias con su coleta, su barbita descuidada, su Tuerka, su verbo inflamado y justiciero de cura rojo y la progretada patria, gente elemental pero auténtica, se derrite viva. Ídem entre lo que venía siendo la gente de orden con Albert Rivera, sonriente, carirredondo, confiable, con su blazer de yerno perfecto. En serio, ¿alguien se derretiría con Soraya taconeando empingorotada, redicha, de mala hostia permanente, con la escoba metida por salva sea la parte, cantando el código mercantil de memoria? Desengáñese, no hay color. Ciudadanos se los va a comer, ellos ya empiezan a intuirlo y yo ya empiezo a celebrarlo, porque si a los Rajoyes les empieza a ir mal al resto del país le empezará a ir bien.
Entretanto tendremos exactamente lo que nos merecemos. En Madrid, sin irnos muy lejos, nos merecemos a Esperanza Aguirre, que lleva vivaqueando de “lo público” desde que ganó la “plaza en propiedad” (grandioso concepto) en el cuerpo de técnicos de información y turismo allá por el cretácico inferior, cuando un tío suyo era, precisamente, secretario de Estado de información y turismo. Desde entonces ha sido concejala, ministra, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, amén de baranda máxima de la cosa popular en la Villa, la Corte y alrededores. ¿De verdad es imprescindible que sea alcaldesa? ¿No conoce esta buena mujer aquello de saber retirarse a tiempo? ¿No quiere darse por enterada de que tiene a Granados en la trena y a González en la picota? El PP madrileño debió renovarse hace ya bastante tiempo. Conste que candidatos sobraban, algunos hasta con buenas ideas en la cabeza. No digo nombres que luego todo se sabe. Pero el machito es demasiado atractivo como para apartarse de él, el poder es como una enfermedad las más de las veces incurable. Una pena.
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