Storm, una tormenta de Blackberry

blackberry_stormLa única batalla que se pierde es la que no se presenta. Eso es lo que han pensado (casi) todos los fabricantes de teléfonos móviles desde que, en junio del año pasado, saliese a la venta el ubicuo iPhone de Apple. Al igual que sucedió con los que quisieron en su día hacer la competencia al iPod, a los aspirantes a destronar al teléfono de la manzana se les ha motejado (con cierto desprecio, eso sí) iPhone killers. Es decir, asesinos del iPhone, que ya son ganas de llevar la pelea a sus últimas e inevitables consecuencias en toda guerra que se precie, ya sea comercial, religiosa o por un quítame allá ese trozo de tierra: el asesinato del contrario.

El hecho es que, año y medio después de su lanzamiento y a punto de cumplirse el segundo aniversario de su anuncio en la Macworld Expo, killers, lo que se dice killers, no ha habido ninguno. Y no será porque no lo han intentado. Los principales fabricantes, con el omnitodo Nokia a la cabeza, han cargado su artillería de munición para aguarle la fiesta al teléfono con el que sueña media humanidad. A la vista está que no lo han conseguido… al menos hasta ahora.

Faltaba por mostrar sus cartas el otro fenómeno telefónico de nuestros días: Blackberry, que, en realidad no se llama así sino RIM, pero, bueno, para el caso es lo mismo. El principal problema que tenía Blackberry para competir con el iPhone de igual a igual era que sus terminales iban todos dotados de obsoletos y antiestéticos teclados físicos, un crimen de lesa majestad que dejaba a Blackberry siempre al margen de las quinielas de asesinos potenciales. Los ingenieros (canadienses para más señas) de RIM se pusieron las pilas para ingeniar un Blackberry que no pareciese un Blackberry. Un Blackberry sin botones, de pantalla completa, un Blackberry táctil, en suma, un Blackberry iPhonizado.

El ingenio en cuestión se ha terminado por llamar Blackberry Storm, en homenaje, supongo, a la tormenta de ideas que le ha precedido en la mesa de diseño. Es un terminal precioso, a caballo entre un Blackberry de los nuevos y… adivínenlo… un iPhone de los de siempre. Sirve, por este orden, para presumir de tener lo último, para hablar por teléfono, para enviar y recibir correos electrónicos y para unas cuantas cosas más que no vienen al caso. El Storm salió hace un mes y gustó a todo el mundo, pero faltaba saber su precio. Caro carísimo decían. Eso es lo que viene ahora.

Los Blackberry no se venden en las tiendas. No es el clásico teléfono que uno llega, lo ve, lo compra, se lo lleva a casa, le mete la SIM y se pone a hablar con él. Nada de eso. Si uno quiere un Blackberry tiene que pasar por caja, esto es, por la operadora. En España los distribuyen Movistar, Vodafone y Orange, pero no todos los modelos ni en todos los tipos de contrato. Para tener algo tan prosaico como una Blackberry Curve hay que ser autónomo o tener la suerte de que se lo pongan a uno en la empresa que trabaja. Esto es un problema para el gadgetero, es decir, para usted, porque Blackberry es la antítesis de la compra impulsiva. No se pasa delante de uno y se lo lleva puesto. Hay que querer tener uno y emprender una dura negociación con la operadora, leerse el contrato, elegir tarifa y todas esas cosas desagradables que te quitan las ganas de comprar.

El milagro es que tengan tantos y tan devotos usuarios. En esto tiene mucho que ver el hecho de que fuesen los ejecutivos los que empezaron a llevarlo y, como todo el mundo sabe, no hay fuerza más poderosa en el mundo que la de la imitación, mayor incluso que la de la gravitación. También ha influido que, desde un Blackberry, el internet móvil sea real, pues las conexiones van incluidas dentro de una tarifa plana sin trampas en la que no hay que contar los minutos ni los megabytes. Sea como fuere, lo innegable es que, de todas las marcas que en el mundo son, Blackberry es la mejor situada para, sino asesinar, si al menos para propinar un sonoro collejón en la arrogancia sin cuento del iPhone.

El tiempo lo dirá. Por de pronto Vodafone lo acaba de sacar en España a un precio muy, pero que muy competitivo: 19 insignificantes eurillos a cambio, claro está, de venderles tu alma. No piden demasiado, ¿verdad? El diablo ofrece acuerdos parecidos y no da ni un mal teléfono a cambio. Como para pensárselo.

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