Weinstein o la conspiración de silencio

Harvey Weinstein era un tipo venerado en Hollywood y muy conocido en todo el mundo. A él se deben algunas de las grandes películas de los últimos 25 años como «Pulp Fiction», «El paciente inglés» o «Sin City». Se le consideraba incluso un innovador. No sólo había descubierto talentos como Quentin Tarantino, sino que había hecho del cine independiente algo comercialmente viable. La productora que había fundado junto a su hermano Bob en los 70, Miramax, apostó por este tipo de cine desde el principio y lo distribuía con gran eficacia. Tal era su habilidad en este campo que Pedro Almodóvar llegó a decir en cierta ocasión que sólo había dos maneras de ganar un premio Oscar: que Harvey Weinstein distribuya la película o rezando mucho. Al propio Almodóvar le distribuyó «Átame» en 1990 y, si bien  no consiguió el Oscar, si permitió a su protagonista, Antonio Banderas, hacerse un nombre en Estados Unidos.

Pero con Weinstein había otra dimensión que, aunque desconocida para el gran público, no lo era en absoluto dentro del mundillo hollywoodiense. Weinstein era un depredador sexual insaciable. Hasta el momento 80 mujeres, casi todas actrices y modelos, le han denunciado por acoso sexual, algunas de ellas con violación incorporada. Luego el productor purgaba sus culpas y tranquilizaba su conciencia con generosas donaciones a todo tipo de ONG y abogaba activamente por todas las causas típicas de la izquierda norteamericana como el control de armas de fuego o el seguro médico universal. Apoyaba también con gran entusiasmo y en público al Partido Demócrata y a sus candidatos presidenciales. En 2012 llegó incluso a organizar en su propia mansión de Connecticut un acto para recabar fondos para la campaña de reelección de Barack Obama.

Lo tenía todo. Se dedicaba a fabricar sueños en el cine, promovía las películas independientes (distribuía incluso las de Michael Moore) y se apuntaba a todas las verbenas benéficas. Era uno de los buenos. Y así lo hacía ver retratándose con las estrellas del celuloide en el Festival de Cannes, en la Berlinale o en la ceremonia de entrega de los Oscar. De puertas afuera era bueno y exitoso. Pero de puertas adentro era sólo lo segundo porque sus andanzas habían llegado tan lejos y eran tan habituales que todos las conocían, sino al detalle si de un modo general.

La pregunta que muchos se hacen ahora es por qué no se denunció antes. Eso, obviamente, lo tendrán que responder las denunciantes. Aunque bien podría ser porque ese tipo de comportamientos fueron siempre normales en Hollywood y, por extensión, en toda la industria del espectáculo. A nadie le extrañaba. Hacía lo que muchos peces gordos de la industria habían venido haciendo desde hace un siglo. Cuentan que a DW Griffith, uno de los padres del séptimo arte, le proveían de adolescentes a las que recompensaba luego con papeles en sus películas. A este lado del Atlántico Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del Tercer Reich, tenía un harén entre las actrices de la UFA. Y así podríamos continuar hasta el momento presente.

Donde hay cine de éxito hay dinero, sexo, droga y codicia a raudales, por lo que no tardan en aparecer los que persiguen exactamente eso. No por nada en especial, es la simple condición humana. Sucede en este negocio y en todos los que se dan los mismos ingredientes.

Otra pregunta que surge es por qué lo han hecho ahora y todas en comandita. Probablemente por un simple efecto ola. Empezó una y en un mes han ido saliendo todas las demás. Esta vez Weinstein no tuvo suerte. En otras ocasiones le habían acusado, pero sólo mediante insinuaciones como si le tuviesen miedo. Seguramente se lo tenían. Motivos había para tenérselo.

En el mundo del cine no abunda el compañerismo, sino la competencia más despiadada. Las oportunidades son escasas, hasta arriba llegan muy pocos, de ahí que muchos aspirantes estén dispuestos a casi cualquier cosa para tomar ventaja sobre sus competidores. Algo similar hemos visto en el caso de Kevin Spacey, que está viviendo su particular calvario a cuenta de lo mismo. Idéntica conspiración de silencio que se ha transmutado de golpe en un escándalo ensordecedor tan pronto como se ha roto el dique.

La carrera de Weinstein está acabada y quizá termine en la cárcel si se terminan probando violaciones recientes como la de Paz de la Huerta, que ocurrió en 2010. Esta vez no ha podido esquivar el hachazo como hizo hace un par de años con una modelo principiante, o en 1997 con Rose McGowan, con quien llegó a un acuerdo extrajudicial que incluyó un pago de 100.000 dólares para que se callase. El viejo refrán «a cada cerdo le llega su San Martín» nunca tuvo una encarnación más perfecta.

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1 Comment

  1. Desde una posición de poder, físico, situacional, emocional, laboral… y sin empatía ni moral, se puede decidir abusar de otra persona en la confianza de que esta quedará bloqueada, avergonzada, culpabilizada o atemorizada. Y así suele ocurrir. El abusador cree que tiene derecho, que es generoso incluso, y la víctima se siente rota. Ante la verdad publicada queda patente que las víctimas recibieron injusticia por su ingenuidad y que los abusadores son el retrato de Dorian Gray, pura náusea.
    Un cordial saludo.

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