¿Y si Podemos al final no pudiese?

Aquí, como en todos los países del mundo, el que es de derechas lo es de toda la vida y lo mismo el de izquierdas, el nacionalista o el que pasa de política. Con frecuencia las afinidades políticas se adquieren en la infancia y ya no se pierden jamás. Esto viene a explicar la duración del régimen del 78, un orden de cosas que, de no mediar la crisis brutal que aún nos golpea, nadie habría puesto en duda. En la Restauración del siglo XIX –la de Cánovas y Sagasta– sucedió algo similar hasta que el sistema se desestabilizó en la década de los veinte y se fue al garete unos años después.

En principio ahora nos encontraríamos en la fase de descrédito que precede al colapso. Y ahí es donde ha entrado Podemos y sus ideas de casquero que quizá no sean tan de casquero. Tras el sobresalto de los primeros meses el programa de la nueva formación ha quedado tan pesoizado que todo invita a pensar que, de llegar al Gobierno en coalición con los legítimos propietarios de la marca, asistiríamos a una segunda edición corregida y aumentada del felipismo. Entretanto la revolución puede esperar… a Dios gracias. Podemos, en definitiva, podrá llegar al poder sí, pero no podrá hacer lo que sus más fieles esperan de ellos.

Con esto no quiero decir que no haya que preocuparse. El felipismo fue letal con la libertad de expresión. Acuérdense los que puedan de la tele única controlada con mano de hierro por la comisaria Iglesias a instancias de la Moncloa, o de la preponderancia mediática del grupo Prisa, que llegó a comprar y borrar del mapa a Antena 3 Radio, una joven emisora crítica con el Gobierno que había osado superar en audiencia a la SER. El felipismo y su real politik de trinque y tentetieso dejaron España tal y como la conocemos, con todas sus carencias y mediocridades, su politiqueo y su culto al BOE, sus complejos y su aversión al riesgo. Ya sé que hoy sería más difícil amordazar al personal debido a la irrupción de Internet y a lo barato que sale montar un periódico digital, pero el poderoso siempre va un paso por delante y dispone de todos los resortes para imponer su santa voluntad. Internet nos ha facilitado la vida, pero no nos ha redimido de la tiranía. Esto es algo que los tontos 2.0 deberían aprender de una vez.

En el mejor de los casos, Pablo Iglesias y su socio –que no tiene que ser necesariamente Pedro Sánchez– mantendrán la fiscalidad montoresca y colocarán a los suyos en sustitución de los del PP. En el peor la duplicarán y harán del Estado central una Junta de Andalucía a lo bestia, con sus funcionarios de carné en la boca y sus sindicalistas mandando acá y allá. En Bruselas nadie habrá de temer. El Gobierno seguirá pagando religiosamente el interés de los bonos. El déficit se mantendrá más o menos por las nubes y las deudas con el tiempo serán más gravosas. En el largo plazo la cosa se complicaría, pero, ¿a quién le interesa el largo plazo?, ¿no decía Keynes que en el largo plazo todos estaremos muertos? Pues eso.

En cierto modo, un Gobierno PSOE-Podemos sería la consecuencia lógica del sistema setentayochano, el siguiente y necesario paso para permanecer por siempre en el ese segundo mundo del que nunca llegamos a salir del todo. Es el precio a pagar por ser quienes somos, por tener a medio país viviendo a costa del otro medio, una “conquista social” de la que muchos se vanaglorian con la esperanza de estar siempre en el lado que recibe y no en el que aporta. Piénselo, quizá Podemos es la última tabla de salvación de esa España logsizada y estatólatra que siempre fue injusta pero que ahora, además de injusta, naufraga en los bajíos de un mundo globalizado, competitivo y –gracias a Dios– implacable con los que son incapaces de adaptarse. Permítame el juego de palabras, Podemos podrá, pero solo no pudiendo.

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