
China y Estados Unidos volvieron a chocar este fin de semana en la cumbre anual del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. La reunión, celebrada en Papúa-Nueva Guinea, se saldó sin acuerdo alguno porque China y EEUU tienen discrepancias serias sobre la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Este episodio neoguineano es tan sólo uno más de la pugna entre las dos potencias motivada por la guerra comercial que ha desatado Donald Trump con su batería de aranceles, pero hunde sus raíces en un sentimiento que comparten muchos occidentales: el del temor a China como nuevo gigante que se está apoderando del mundo poco a poco gracias, precisamente, al comercio. Esto, evidentemente, es una impresión subjetiva, por lo que bueno sería plantearse si tiene fundamentos reales.
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Cuando uno aprende por imitación, copiando de alguien que hace las cosas bien, se perdona todo el esfuerzo, todos los fracasos y toda la experiencia del aprendizaje por ensayo y error. Plagiando uno obtiene el resultado deseado pero sobre cómo se llega a él solo se tienen sospechas. Cuando China se vio abocada a copiar el capitalismo porque necesitaba urgentemente los resultados de prosperidad que proporciona consiguió los resultados que precisaba perdonándose dos siglos de quiebras y revueltas sociales. Apostar a que la dictadura comunista puede perdonarse las consecuencias del capitalismo porque es capaz de tener a su enorme población en esclavitud latente a perpetuidad es la apuesta arriesgada por la que se han decantado los jerarcas chinos. La cifras de China son siempre apabullantes y es fácil abrumarse por ellas pero cabe la posibilidad de que las cifras del ajuste social chino a la prosperidad también lo sean y que antes de que China sea una verdadera potencia tenga que pasar una verdadera transformación. Que será digna de ver.
Un cordial saludo