El caos aéreo

La semana pasada el aeropuerto londinense de Heathrow pidió a las aerolíneas que dejen de vender billetes de vuelos que se dirijan allí. Londres tiene otros aeropuertos como Gatwick o Stansted, pero están igualmente saturados. En el continente las cosas no están mejor. Aeropuertos como el de Schiphol en Ámsterdam, el de Bruselas o el de Fráncfort están al límite de su capacidad. Algo similar sucede en Estados Unidos donde las terminales de Newark o Atlanta están cerca del colapso. Como resultado, los retrasos, las cancelaciones y las pérdidas de equipaje se suceden para disgusto de los pasajeros.

Para el próximo mes de agosto las aerolíneas de todo el mundo han cancelado ya más de 25.000 vuelos, de lo que 15.000 se corresponden a vuelos en Europa. Puede parecer mucho, pero 15.000 vuelos representan tan sólo el 2% de todos los vuelos programados para el mes. En Estados Unidos en lo que llevamos de verano se han cancelado ya el 3% de los vuelos programados. Para evitarse problemas, la mayor parte de aerolíneas han reducido frecuencias por falta de personal. Se han producido, además, huelgas en algunas aerolíneas como la escandinava SAS o la irlandesa Ryanair, y en aeropuertos como el Charles de Gaulle de París.

El problema tiene varias causas. La primera y más inmediata es la recuperación completa de la movilidad tras dos años de confinamientos y restricciones motivados por la pandemia. Este de 2022 iba a ser el primer verano normal desde 2019 y muchos fueron los que planearon tomar un avión para pasar sus vacaciones lejos de casa. Eso pilló a las aerolíneas y a los aeropuertos escasos de personal. Todo ha sido muy rápido y no les ha dado tiempo a rehacer sus plantillas, que habían quedado muy reducidas en los dos últimos años.

Encontrar trabajadores no está siendo fácil. Muchos de los que trabajaban en un aeropuerto o en una aerolínea y tienen experiencia en ello están ahora empleados en otras empresas. Tanto los antiguos trabajadores como nuevos piden salarios más altos porque la inflación se ha disparado a ambos lados del Atlántico. Para colmo de males el combustible se ha encarecido notablemente. Las aerolíneas se encuentran con que tienen que pagar más a sus empleados y mucho más por llenar las alas, lo que ha hecho subir de forma consistente el precio de los billetes.

Pero eso no ha frenado, al menos por ahora, la demanda. Hay empleo y muchas ganas de viajar. La reducción de frecuencias está haciendo el resto. Volar se ha convertido en algo caro e incómodo. Como sucede siempre, el mercado se terminará por ajustar, pero no lo hará hasta pasado verano, entretanto, los que quieran volar tendrán que lidiar con el caos y los sobreprecios.

En La ContraRéplica:

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