
Nuevas protestas en Irán. A finales del mes pasado miles de manifestantes salieron a la calle a protestar por la crisis económica, que se traduce en un desempleo galopante y una inflación disparada. El gran bazar de Teherán, uno de los más grandes del mundo, llegó a cerrar sus puertas durante dos días a causa de las manifestaciones.
Lo que anima estas protestas es la persistente recesión, pero el mar de fondo del descontento iraní va más allá. El Irán de los ayatolás atraviesa una aguda crisis de legitimidad. Eso es lo que Hasán Rouhani y su Gobierno no quieren ver pero que conocen a la perfección. Tampoco quieren verlo en Occidente, donde se considera la lucha de los iraníes por la democracia como una causa poco progresista.
No debe ser sencillo ser una teocracia islámica rodeada de otras teocracias islámicas y variados estados fallidos islámicos todos ellos señalándoles como falsos musulmanes y la mitad de ellos aliados con sus odiados EE.UU. Ahora bien, los gobernantes iraníes han supeditado todo, excepto a sí mismos, a la supervivencia o la imposición, según soplara el aire, de su cosmovisión; y supeditando la viabilidad económica del país, la prosperidad de los iraníes y la evolución de su sociedad, entre otras cosas, han convertido su cosmovisión en algo indecoroso para propios y extraños. Los autóctonos que ven la vileza, son carne de represión y los foráneos que no quieren verla, son unos cómplices de ensueño. El resto, los propios engolfados y los forasteros hostiles siguen con la
sangrienta partida de ajedrez.
Un cordial saludo.