El parche migratorio de Merkel

Este último mes ha sido especialmente movido para Angela Merkel y, por extensión, para toda la Unión Europea. Pasada ya la crisis de euro y de la deuda (o al menos aplazada), la primera preocupación de los europeos es la inmigración. Sólo hay que ver el espacio que los medios de comunicación dedican al tema, o en la gran cantidad de conversaciones privadas con familiares y amigos en las que se cuela el asunto de los refugiados. Llevamos así tres años, desde que en el verano de 2015 se produjo aquella estampida a través de los Balcanes que fue retransmitida en directo por televisión. La cuestión es que, a pesar de que el problema sigue ahí tal y como nos recuerdan un día sí y al otro también los rescates de balsas a la deriva en el Mediterráneo, las autoridades europeas no han sabido encontrar una solución.

En principio la política migratoria en Europa es dura. No es fácil entrar en la UE si se pretende hacer ilegalmente. Ahí tenemos las vallas de Ceuta y Melilla ante cuya sofisticación palidece la verja fronteriza entre Estados Unidos y México. La de Melilla en concreto está formada por dos vallas paralelas de seis metros de altura dotadas de alambre de púas, mallas antitrepa, sensores de presencia y cámaras de videovigilancia. Pero, a pesar de que no es fácil entrar de uno en uno por tierra, es algo más sencillo hacerlo en grandes grupos por el mar Egeo, el Mediterráneo central o el mar de Alborán.

Centenares de miles de personas lo han hecho en los últimos años y lo siguen haciendo. En los cuatro primeros meses de 2018 la ONU calcula que entraron en la UE 18.500 inmigrantes ilegales: el 80% por Italia y Grecia y el 20% por España. Esto son llegadas oficiales, registradas por las autoridades. Muchos burlan a las patrullas marítimas y tocan tierra en Andalucía, Sicilia y las islas griegas sin ser detectados. Una vez en inmigrante ha llegado a un país del espacio Schengen (Italia, España y Grecia lo son) ya puede moverse libremente por un área de más de cuatro millones de kilómetros cuadrados y 26 países de Portugal a Finlandia.

Ante un problema semejante la UE no tiene una política migratoria común. Hay Estados más propensos a abrir las fronteras, como la propia Alemania, y otros que quieren cerrarlas a cal y canto como Polonia o Hungría. El debate en Europa en estos tres últimos años ha oscilado entre ambas posturas hasta tal punto que la cuestión migratoria ha marcado varias campañas electorales como la holandesa, la francesa y la alemana de 2017 o la italiana del pasado mes de marzo. Pero, mientras el espacio Schengen exista de nada sirve ser más duro o más blando. Basta con que los ilegales entren por el país más permisivo y luego se trasladen libremente al más restrictivo. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con muchos inmigrantes del África subsahariana, que llegan a España o Italia y, una vez dentro, se dirigen a Francia porque ya conocen el idioma o porque tienen familiares y comunidades de acogida. Este fue el caso del «spiderman» de París, un maliense que entró por Italia en septiembre de 2017 y fue directo a Francia. Hoy es bombero de París en agradecimiento por su gesta.

De modo que, al final, casi todo depende de lo que haga Alemania y, en menor medida, Francia, destinos predilectos de casi todos los inmigrantes. Y eso es lo que se ha despachado en esta última crisis: o seguir con la política actual, que en algunos casos es muy permisiva, o hacerla más estricta. El acuerdo con el CSU va en la línea de lo segundo. Se reforzarán los controles fronterizo internos, se crearán «campos de tránsito» para inmigrantes que ya están dentro y se abrirán otro tipo de campos para refugiados en África. Merkel corrió primero a refrendar la nueva política con los líderes europeos, especialmente con Macron, Conte, Tsipras y Pedro Sánchez. Hecho esto regresó a casa y cerró la vía de agua que se le había abierto en el gabinete, concretamente con Horst Seehofer, su ministro de Interior.

Se ahorró así dos disgustos. Uno el que iba a darle Giuseppe Conte y otro el que le había dado Seehofer amenazando con romper el Gobierno, lo que hubiese supuesto elecciones en pocos meses. Merkel respira ahora aliviada, pero, más allá del enunciado de las líneas maestras de la nueva política, se abren un buen número de interrogantes. ¿En qué países se construirán esos campos de refugiados?, ¿quién los administrará?, ¿qué capacidad tendrán? Hasta la fecha ni Marruecos, ni Argelia, ni Túnez, ni lo que queda de Libia han mostrado interés ello. Si lo mostrasen mañana sería a cambio de mucho dinero que no ha quedado claro quién lo va a desembolsar.

Tampoco se sabe dónde se levantarán los campos de tránsito. ¿Se repartirán por toda Europa o sólo estarán en las costas de Italia, España y Grecia? Con Seehofer llegó el martes a un acuerdo que abre la puerta a una tercera categoría de campos exclusivamente alemanes y que estarían facultados para rechazar a inmigrantes aunque se hayan registrado en otro país de la UE. Esto ha tranquilizado al líder del CSU, pero le va a dar problemas con Olaf Scholz, su vicecancilles del SPD y que ya en el pasado se negó a aceptar este tipo de campos de tránsito. Ya veremos en qué queda, pero es poco probable que se quede así.

Las críticas a la gran coalición arrecian desde la izquierda y la derecha y es en la crisis migratoria donde cristaliza el descontento. Para la izquierda alemana Merkel es demasiado dura y está dejándose llevar por los halcones de su partido. Para la derecha es muy blanda. Desde AfD, por ejemplo, la cuestionan acusándola de haber convertido la frontera en un colador, que es la clásica exageración a la que son tan dados en este partido, pero que ha calado en la opinión pública. Es por ello que la paz que ha comprado con este acuerdo será efímera. Un simple parche que más pronto que tarde se terminará descosiendo.

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1 Comment

  1. A nivel nacional los estados han decidido no dejar la reglamentación migratoria a las regiones económicas que puedan configurar el perfil de inmigrante que precisan, y han delegado las decisiones en los partidos políticos que entre gritos populistas de «esa gentuza son una plaga» o «nuestra bondad no entiende de recursos limitados o conflictos sociales» se acercan al bazar bruselense a ver cómo está un acuerdo que es inminente y siempre lo será. En esta ocasión, en Alemania se impone lo de la plaga y en Bruselas se acuerda otro proyecto sin mimbres pero de mucho consenso. Dar solución a los problemas derivados de la suma de millones de desesperadas decisiones de millones de individuos determinados a mejorar su situación, sencillamente no entra entre las capacidades de los listos y de las instituciones que tienen encomendado el arreglo. No pueden arreglarlo pero sí pueden crispar desde ya y sembrar discordia para el futuro. A lo segundo les veo aplicadísimos.
    Un cordial saludo

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