
No se habla de otra cosa en España desde hace cuatro días. Resulta que Pablo Iglesias se ha comprado junto a Irene Montero un chalé en La Navata, una zona residencial a las afueras de Madrid junto al río Guadarrama y rodeada de bosques. Esperan mellizos y quieren criarlos allí. Hasta aquí todo bien. No es ilegal comprar chalés y lo están haciendo con su dinero. Pero esto choca de lleno con todo lo que Pablo Iglesias ha ido predicando en los últimos años. Es, por abreviar, una incoherencia gigantesca. El drama habitual de todos los moralistas cuando se les muestra como ellos también son pecadores.
La cuestión es que se ha desatado un escándalo mayúsculo dentro de Podemos y el líder máximo ha decidido someter su cargo (y el de Montero) a un plebiscito interno. Una cabriola inesperada que a él puede salirle mal o bien, pero que al partido le saldrá mal seguro, porque más allá de los militantes están los votantes, y a éstos les va a costar olvidarse de tan chusca historia. Nunca Podemos había sido tan «Pablemos».
Cuando uno azuza el odio, la envidia, la rabia y la indignación contra los abominables es muy conveniente no convertirse en un abominable porque se queda uno en tierra de nadie y siendo el asco de todos. Pablo es ahora objetivamente de la clase media alta, de su demonizada clase media alta. La realidad, siempre cambiante, le ha arruinado su dialéctica inmutable y ahora trata de inventarse la clase media alta digna, legítima y loable mediante un plebiscito. La política es inevitable y es corruptora y para muestra este mesías de la nueva política que venía a jaspearla. En siguiente hito en la evolución personal del nuevo vecino de La Navata será perder la coleta. Tic, tac.
Un cordial saludo.