
Hace una semana, el pasado día 15, el buscador Google y su tupida red de servicios como YouTube, Gmail, Google Maps o Google Drive se vinieron abajo para estupor de propios y extraños. La caída duró aproximadamente media hora y se dejó sentir en todo el mundo. Una mala noticia, sin duda, pero no peor de la que recibieron al día siguiente cuando se desayunaron con una denuncia de diez Estados de EEUU en la que se les pide cuentas por gestionar un monopolio de publicidad en el que, según dicen, se han conchabado con Facebook para manipular las subastas de anuncios online y así poder controlar en régimen de monopolio el mercado publicitario.
Dos días más tarde llegó una nueva denuncia contra Google en un juzgado de Washington, esta vez presentada por 38 Estados. La razón es la misma. Según los demandantes Google no solo abusa de su posición dominante, sino que aplasta a sus competidores dificultándoles el acceso a este jugoso mercado que mueve 300.000 millones de dólares al año. Estas demandas en cadena, que se suman a otra presentada en octubre para denunciar su predominancia en el negocio de las búsquedas, han hecho resurgir el viejo debate sobre si es buena o no la preponderancia de Google en la red.
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