La guerra sin odio

El 10 de junio de 1940 la Italia de Benito Mussolini declaró la guerra al Reino Unido y Francia. En aquel momento el ejército francés se encontraba en plena retirada tras la invasión alemana que había comenzado sólo un mes antes. El Reino Unido, por su parte, se encontraba totalmente sobrepasado. Había tenido que salir huyendo del continente repatriando a toda prisa a su contingente en Dunquerque y se preparaba para resistir el ataque alemán que se tenía por inminente. Parecía el mejor momento para entrar en la guerra del lado del vencedor cuando ésta se encontraba ya prácticamente decidida.

Que Italia tomase partido no afectaba demasiado a los aliados en Europa Occidental (Francia se encontraba derrotada y Gran Bretaña quedaba muy lejos de Italia), pero si abría un nuevo teatro de operaciones en el Mediterráneo, los Balcanes y el norte de África. En aquella época el continente africano se encontraba colonizado en su práctica totalidad por potencias europeas. En la costa africana del Mediterráneo convivían cuatro potencias: el Reino Unido en Egipto, Italia en Libia, Francia en Túnez y Argelia y España la zona septentrional de Marruecos. Libia se convertía así en el principal bastión del eje en el norte de África. La Argelia francesa y el protectorado de Túnez se mantuvieron leales al Gobierno de Vichy presidido por el mariscal Petain y el protectorado español en Marruecos dependía de un régimen, el de Francisco Franco, claramente afín al Tercer Reich.

Sólo quedaba Egipto del lado aliado. Egipto era un reino independiente, al menos oficialmente, desde 1922. El rey Faruq se había declarado neutral al empezar la contienda, pero el Reino Unido controlaba el canal de Suez por lo que su influencia era decisiva en la política egipcia. Contemplando como había quedado el mapa, los estrategas alemanes pronto advirtieron que, con la retaguardia cubierta, si una ofensiva lo suficientemente vigorosa avanzaba desde Libia hasta Egipto podían cortar de cuajo el contacto del Reino Unido con la India y sus colonias de extremo oriente. Sería esa una contribución decisiva que, combinada con el control del estrecho de Gibraltar y de islas como Malta o Creta, sacaría a la Royal Navy del Mediterráneo estrangulando así la economía británica.

Este fue el origen de uno de los teatros de operaciones más duros de la segunda guerra mundial, la campaña del norte de África en la que se enfrentaron alemanes e italianos contra los británicos en batallas míticas bajo el sol abrasador del desierto del Sahara como el sitio de Tobruk o las dos batallas del Alamein. Winston Churchill lo consideró desde el principio como un frente prioritario sabedor de la importancia que el canal de Suez tenía para la supervivencia de la metrópoli. Envió efectivos desde Gran Bretaña y desde todo el imperio, incluyendo remotas colonias como la India, Australia o Nueva Zelanda. A su frente colocó al general de infantería Bernard Montgomery, un veterano de la primera guerra mundial. Para reforzar a los italianos Adolf Hitler envió a un cuerpo expedicionario de unos 100.000 hombres llamado Afrika Korps al mando de Erwin Rommel, uno de sus mejores generales que ya había participado en las campañas de Polonia y Francia.

Tanto Montgomery como Rommel imprimieron su personalísimo sello a toda la campaña del norte de África. Trataron de hacer una guerra limpia y caballerosa en la que, en líneas generales, se respetó a la población civil. Es por ello que los historiadores la conocen como “la guerra sin odio” y esto mismo es lo que vamos a ver con más detalle en La ContraHistoria de hoy.

En El ContraSello:

  • La cueva de Zeus en Creta
  • La República de Weimar
  • El bioscopio

Bibliografía

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