
El sábado el TSJ de Venezuela cambió el régimen penitenciario de Leopoldo López: de prisión con todas las letras en la cárcel de Ramo Verde a arresto domiciliario. El notición se recibió con alborozo en la propia Venezuela y en el resto del mundo porque López se ha convertido en el icono de la resistencia del pueblo de Venezuela contra la dictadura chavista. Lo que no hubo fue nada parecido a una liberación a pesar de lo que se decía en las redes. Leopoldo López sigue preso, aunque ahora en su casa. Este cambio de parecer del Gobierno de Maduro ha dado lugar a muchas interpretaciones e infinidad de lecturas. Pero a nadie se le escapa que el régimen está debilitado, acusa un tremendo desgaste y busca ahora apaciguar a la oposición. Lo que está por ver es si lo conseguirá.
Este hecho no debe despistarnos de lo esencial. Leopoldo López no está libre, sigue siendo un preso político. Sigue pagando una desproporcionada condena de casi 14 años por un crimen que jamás cometió. Sigue sin repararse la infamia del juicio-farsa que tuvo que padecer hace ahora dos años y que conocemos gracias a las revelaciones del fiscal Franklin Nieves. El 100% de las pruebas se inventaron y todos los testigos fueron falsos. Un inocente, en suma, no tiene que estar bajo arresto domiciliario. Leopoldo López lo está.
Un arresto que, por lo demás, podría convertirse en otra cosa tan pronto como el Gobierno lo decida. No tiene Nicolás Maduro más que girar la orden a Maikel (sic) Moreno o a la vicefiscal Harrington y Leopoldo López daría de nuevo con sus huesos en la cárcel… o en la tumba.
Despejados el qué y cómo de la cuestión pasemos al por qué. ¿Por qué el chavismo ha devuelto a Leopoldo López a su casa a pesar de que, según ellos, es un peligrosísimo golpista?
De manera general esta decisión solo puede entenderse si se descuenta antes el amplísimo rechazo que Maduro despierta entre los venezolanos, incluidos muchos chavistas de toda la vida. Rechazo que nace el descrédito. Nadie a excepción de los propiamente maduristas cree hoy ni media palabra del presidente. Tampoco le creen fuera del país. En las cancillerías extranjeras se desconfía de él y se le dispensa un trato de apestado. A efectos diplomáticos el Gobierno venezolano tiene lepra. Nadie se quiere acercar a ellos.
Ni siquiera subproductos intelectuales del chavismo como los españoles de Podemos se atreven hoy a defender a Maduro. Cualquiera de ellos, Íñigo Errejón, por ejemplo, que residió mucho tiempo allí, podría haber volado a Caracas a manifestarse a favor de Maduro. Ahora tiene tiempo, su partido le condenó al ostracismo en febrero y distrae sus ocios con entretenimientos de todo tipo. Pero no se le ha ocurrido salvar la cara a Maduro y mucho menos tomar un avión y apoyar personalmente al oficialismo en alguna de las muchas concentraciones chavistas que han tenido lugar en los últimos meses.
Eso en el exterior. En el interior de Venezuela para hablar bien de Maduro hay que ser un paniaguado del régimen. Ha perdido hasta a los fanáticos más desorejados como Jorge Giordani, el que fuese ministro de Planificación de Chávez y uno de los responsables directos de la ruina económica en la que el país está sumido. Giordani no escatima dardos envenenados contra el presidente siempre que se le presenta la ocasión. Y como él muchos otros.
La estrategia de protesta ininterrumpida adoptada por la oposición en marzo ha dado sus frutos. Las marchas diarias han terminado poniendo al Gobierno contra las cuerdas. Más si cabe habida cuenta de la enloquecida reacción del propio Gobierno para sofocarlas. La feroz represión, que ha ocasionado cerca de un centenar de víctimas mortales, miles de heridos e incontables detenidos ha conseguido lo contrario de lo que Maduro en su criminal torpeza buscaba.
Hoy por hoy el régimen se sostiene sobre la policía y los colectivos paramilitares que siembran el terror en las ciudades a lomos de motocicletas. En medio de toda esta barahúnda, la única vía de escape que ha encontrado es un desafuero, una constituyente ilegal que todos, incluidos ellos mismos, saben que es ilegal.
¿Por qué Maduro actuó así?
La pregunta que podríamos hacernos es por qué se ha metido en esta ratonera de la que ya no tiene salida. En principio Maduro podría haber actuado de otra manera. Podría no haber reprimido del modo en que ha venido haciéndolo. Podría no haber metido preso a todo el que se ha significado políticamente. Podría haber respetado a la Asamblea Nacional salida de las urnas de diciembre de 2015. Podría, en definitiva, haber soportado el chaparrón y así ganar un tiempo precioso hasta la próximas presidenciales en las que poner toda la carne en el asador.
De haberse comportado así su legitimidad internacional estaría intacta. A los bolivarianos en el exterior se les ha perdonado casi todo desde sus inicios. Las dictaduras socialistas siempre tuvieron un margen de actuación mucho mayor. Chávez lo sabía y procuraba contener ciertos excesos a los que Maduro se ha entregado con fruición.
¿Podría haberse comportado así? No, no podía. Un régimen como el chavista, a caballo entre el comunismo cubano, la Italia de Mussolini y el Chicago de los años 20 solo podía reaccionar así. Va en su naturaleza.
Luego todo pasaba por anular hasta la más insignificante voluntad de resistencia al poder. Ya por las buenas, ya por las malas. La idea de Maduro (y la de Chávez) es que los venezolanos se condujesen ellos mismos al matadero por su propio pie como sucedió en la Cuba de los años 60. Quien no estuviese de acuerdo podía irse del país. El que se quedaba aceptaba tácitamente que, como dice la propaganda oficial, la patria será socialista o no será.
El encantamiento funcionó bien con Chávez en vida. Bien pero no extraordinariamente bien. Nunca Venezuela se entregó totalmente al chavismo. En las elecciones de 2012 Chávez ya solo ganó por 10 puntos y 1,5 millones de votos de diferencia. Al año siguiente Maduro lo hizo por solo un punto en unos comicios cuyos resultados fueron impugnados porque había motivos de peso para pensar que hubo un fraude masivo en el escrutinio. Ni en el momento florido del chavismo, en 2006, su edad de oro, Chávez consiguió evitar que 4 de cada 10 votantes apoyasen al candidato opositor. El margen de error era limitado. Más pronto que tarde le llegaría el momento a la oposición. En ese momento no quedaría otra que masacrarla que es, en suma, lo que está haciendo Maduro ahora en la calle.
Un año más tarde, cuando el precio del barril descendió repentinamente a la mitad, todo se vino abajo. Desde entonces la casta chavista tiene como único objetivo mantenerse enchufada al poder a cualquier coste y de cualquier manera, poniendo todos los muertos que sean necesarios encima de la mesa. Pero la solución final ha terminado siendo contraproducente. La fractura ya no tiene arreglo.
Es por ello que ha entrado ya en la fase de pura desesperación tratando de hacerse perdonar para amainar los mismos ánimos que él incendió. Así se entiende el cambio de régimen penitenciario de Leopoldo López, que llega unos días después del asalto a la Asamblea Nacional por parte de una turba chavista y de la agresión televisada de un coronel del Ejército a Julio Borges, presidente de la Asamblea. El régimen se tambalea, oscila entre la rabia, la impotencia y la súplica.
Pero ya es tarde para todo, no hay vuelta atrás. Los venezolanos quieren recuperar su país. Por primera vez en 15 ven que es posible. Ha llegado su hora.
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Ahora, y cuando estaba tras las rejas, Leopoldo está condenado por incitación pública a la violencia, con pruebas y testigos fabricados por el gobierno que practica la violencia pública. Cuando Nicolás llegó al poder se preguntaba a dónde iría Venezuela con él al mando, hoy se pregunta a dónde irá él cuando le traicionen los suyos. Hacer que el sufrimiento y la muerte de la represión chavista cobren algún sentido, es conseguir que le traicionen pronto y no tenga a donde ir.
Un cordial saludo.