
Os hablaba la semana de los nuevos destinos de Iberia para 2019, algunos muy sugerentes como Corfú en Grecia o Verona en el norte de Italia. Esta semana nos vamos algo más lejos, mucho más lejos en honor a la verdad, nos vamos a Santa Elena, una isla a 6.300 kilómetros de Madrid en línea recta en pleno Atlántico sur. Santa Elena es pequeña y apartada pero casi todo el mundo sabe de su existencia porque allí, en mitad de la nada, murió Napoleón Bonaparte hace casi doscientos años.
En este punto diréis, ¿pero a Santa Elena se puede ir? Si, se puede, pero no es fácil. Hasta hace un par de años sólo se podía llegar en un barco, el RMS St Helena, un buque correo que partía de Ciudad del Cabo dos veces al mes para un viaje de cinco días hasta Jamestown, un lugar tan pequeño que el barco ni siquiera podía atracar, tenía que fondear en la bahía y deshacerse de la carga mediante barcazas. Hace poco más de un año inauguraron un pequeño aeropuerto en la otra punta de la isla y ya se puede volar. Se ha puesto incluso de moda como destino alternativo entre los viajeros sudafricanos y europeos, tanto que la compañía SA Airlink empezó con un vuelo semanal y este año estrenará una segunda frecuencia.
SA Airlink no vuela desde Ciudad del Cabo, sino desde Johannesburgo, que cuenta con un aeropuerto más importante con mejores conexiones internacionales. Luego se puede ir desde Madrid a Santa Elena con una sola escala ya que Iberia vuela tres veces por semana a Johannesburgo-O.R. Tambo en los nuevos Airbus 330-300 que incorporó a la flota hace sólo unos años. Liligo nos permite consultar los dos tramos y, si nos convence el precio, comprar el billete ahí mismo.

Os preguntaréis que se puede ver en tan remoto confín del mundo. Pues no mucho la verdad porque Santa Elena es extremadamente pequeña, su superficie es de sólo 120 kilómetros cuadrados, una quinta parte del Principado de Andorra. Pero si que tiene algo único en el mundo: la casona en la que Napoleón pasó sus últimos años de vida, de 1815 tras la derrota de Waterloo a 1821. La casa, una mansión de tipo inglés llamada Longwood House, pertenece a la República francesa y ondea la tricolor en su jardín. Se puede visitar porque el ministerio de exteriores francés hace años creo un museo dedicado al emperador.
Aparte del souvenir napoleónico y de un fuerte, el High Knoll Fort, construido por la Compañía de las Indias Orientales en 1799, la isla tiene toda la tranquilidad que uno se pueda imaginar y un poco más. Goza de un clima tropical muy suave con temperaturas que oscilan entre los 17 y los 28 grados. Cuenta también con playas vírgenes y una proverbial biodiversidad porque está a dos mil kilómetros de la costa más cercana, que no es la de Sudáfrica, sino la de Angola. Por ese motivo abundan los endemismos.
Aterrizar en Santa Elena es, además, desconectarse en buena medida del resto del mundo. La telefonía móvil no llegó a la isla hasta 2015. Internet, por su parte, va tan lento que los lugareños se quejan amargamente al Gobierno británico para que haga algo al respecto. Pero conectar la isla al cable transoceánico South Atlantic Express, que irá de Sudáfrica a Brasil pasando cerca de Santa Elena cuando lo concluyan en 2020, costaría diez millones de libras y, claro, son muy pocos los usuarios que tendrá. Es posible que los isleños se terminen saliendo con la suya como sucedió con el aeropuerto, entretanto Internet seguirá yendo a pedales, lo cual tampoco es del todo negativo, especialmente si nos queremos olvidar del mundanal ruido.
Be the first to comment