
Ayer el Congreso de los Diputados pasó un Real Decreto que fija un mecanismo extrajudicial para que los afectados por las cláusulas suelo de las hipotecas puedan recuperar el dinero que pagaron de más durante los periodos en los que el euribor estuvo por debajo de esa cláusula. Que sea extrajudicial evitará que una marea de hipotecados (1,5 millones más o menos) colapse los tribunales, que ya bastante tienen con lo suyo. Será el telonazo final no solo a una polémica que arrastramos desde hace por lo menos un lustro, sino también a otro de los capítulos de la burbuja inmobiliaria de la pasada década que tantos sinsabores nos ha causado a todos, excepción hecha del Estado, que aprovechó los años de bonanza y recaudaciones extraordinarias para expandirse hasta alcanzar el elefantiásico tamaño actual.
Pero volvamos al principio de la historia, a aquel momento mágico en el que todo hijo de vecino, llamémosle Pepe, se acercaba a su sucursal bancaria de confianza y pedía una hipoteca. El banco en cuestión lo estudiaba (no mucho, la verdad, visto lo visto después) y si cumplía con los requisitos la concedía. La hipotecas se referenciaban al Euribor, un tipo interbancario europeo que fluctúa diariamente y que indica el interés al que los bancos se prestan el dinero entre ellos. A Pepe se la concedían, por ejemplo, al Euribor del día +2, lo que significaba que si el Euribor en aquel momento estaba al 2% pues el interés final sería del 4%. Más tarde, ya formalizado el contrato y con Pepe pagando las letras religiosamente, el interés se iba actualizando en función de las oscilaciones del Euribor. De ahí el miedo que muchos hipotecados tenían a una subida repentina del Euribor al comienzo de la crisis. Hasta aquí todo correcto. Un banco te presta dinero al tipo que se lo prestan a él más un suplemento porque a fin de cuentas ese es su negocio.
A partir de cierto momento los bancos crearon dos variedades de cláusulas para conjurar los posibles vaivenes del Euribor en el futuro. A una la llamaron cláusula techo por si Euribor se iba por las nubes. A la otra la denominaron cláusula suelo por si el Euribor se derrumbaba. Era un modo práctico de blindarse frente a una inesperada y violenta fluctuación de los tipos en el interbancario. Beneficiaba al hipotecado si el Euribor subía y hacía lo propio con el banco si el Euribor bajaba. Pepe entendió el riesgo que corría (porque se lo explicó el de la sucursal o porque se leyó el contrato) y suscribió una hipoteca con cláusula suelo al 3% y cláusula techo al 10%. Si se caía el Euribor pagaría de más, pero si se disparaba esquivaría una ruina segura. En un país como España, que hasta la entrada en el euro tuvo unos tipos de interés altísimos, pensar que la cosa podía repetirse era algo de lo más normal.
Pero el Euribor no ha subido, ha bajado, ha bajado mucho. En enero de 2008 estaba en el 4,5% (durante el verano de aquel año llegaría al 5%), en 2011 en el 1,5%, en 2014 en el 0,5%… y ayer, 31 de enero de 2017, en el -0,09%. Una vez el Euribor sobrepasó la barrera del 3% hacia abajo Pepe empezó a pagar de más y, claro, se lo llevaron los demonios, especialmente cuando comprobó que no era algo temporal. Algo así cabrea a cualquiera. Por dos razones. La primera porque dar una propina al banco nos molesta bastante más que dársela al camarero de un restaurante, lo cual es comprensible. La segunda porque supone la demostración palpable de que nos hemos equivocado. Reconocer los errores es siempre fastidioso, hay, de hecho gente que es absolutamente incapaz de hacerlo. Antes de eso retuerce los hechos hasta convertirlos en un guiñapo irreconocible.
Pues bien, fue en ese momento cuando apareció Ausbanc, la asociación de usuarios de banca ya desaparecida cuyo presidente, Luis Pineda, se encuentra en prisión desde hace casi un año. Ausbanc se llevó el caso al Tribunal Supremo y ganó, parcialmente, eso sí. El Supremo declaró que las cláusulas suelo eran abusivas y había que retirarlas, pero solo para tres entidades concretas: el BBVA, Caixa Galicia y las Cajas Rurales. Los bancos se defendieron con uñas y dientes pero no sirvió de mucho, en diciembre del año pasado la cosa había llegado ya hasta el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que proscribió las cláusulas y obligó a todas las entidades a su pago retroactivo, un doloroso rejonazo en mitad del balance. Nuestro Pepe desde entonces anda de muy buen humor y solo espera que le digan donde tiene que ir a recoger el dinero.
En principio, y en un mundo perfecto, aquí se acabaría el debate. Uno pacta libre y voluntariamente unas condiciones con el banco. Luego apechuga con las consecuencias. Algo así como si compramos un automóvil y luego descubrimos que consume mucho o que el seguro cuesta un dineral. Pero el nuestro no es un mundo perfecto. Se concedieron tantas hipotecas durante tanto tiempo que la casuística es inmensa. Sucedía, por ejemplo, que en muchos casos los bancos incluían las cláusulas sin informar previamente, informando pero de manera confusa o sin ofrecer la posibilidad de retirarlas. Es decir, las estaban colando de rondón para cubrirse las espaldas por si Euribor se despeñaba. Y eso era lo más probable para todo el que supiese como las gastan los bancos centrales. En 2008 el que más y el que menos ya sabía que el BCE iba a enfrentar la crisis crediticia ahogando el sistema financiero con liquidez. Eso es lo que finalmente sucedió, primero con Trichet y luego con Draghi.
Claro, que también podemos verlo de otro modo. Los hipotecados tenían la obligación de leerse el contrato, un contrato que probablemente era el más importante que iban a firmar en su vida. Muchos notarios tampoco hubiesen hecho mal en informarles puntualmente de esos detalles desagradables, que por algo cobran la minuta que cobran. Hubo, con todo, casos de probos empleados bancarios que informaban diligentemente a sus clientes del riesgo real de pagar de más en el caso de que el Euribor rebasase la cláusula maldita.
El problema, por lo tanto, era de muy difícil solución. Los jueces, metidos a justicieros muchas veces como tenemos ocasión de comprobar a menudo, han decidido cortar por lo sano y endilgar el muerto a la banca, que es la villana oficial de la crisis y que, por lo demás, ya encontrará la manera de resarcirse por otras vías.
Como puede verse es una historia que tiene algunos puntos en común con lo de las preferentes. Y que ha acabado igual. Igual de mal quiero decir, al menos para los bancos. ¿Qué es entonces lo que se debería de haber hecho? A mi juicio lo suyo es que hubiesen sido algo más cuidadosos a la hora de cargar las culpas. Podrían haber investigado los casos más sangrantes, es decir, aquellos en los que el banco hubiese colado la cláusula sin informar o lo hubiese hecho encapsulándola dentro de un párrafo abstruso, imposible de entender para el común de los mortales cosa que, por lo demás, los bancos hacen bastante a menudo.
Pero ya de nada sirve recordar lo obvio. Lo que mal empezó, mal acaba. Solo nos queda esperar que hayamos aprendido la lección.
En La ContraCrónica más y con música (buena, claro):
Olvidas que no contentos con las sentencias en su contra y viendo las orejas al lobo, los bancos, en cierta forma empezaron a llamar a sus clientes y a algunos clientes suyos, les convencieron para cambiar sus hipotecas variable con cláusula suelo a hipotecas de tipo fijo a un 2,5 o un 2 %; pero renunciando a cualquier acción contra ellos. Y es que jugaban siempre con la desinformación financiera, ya que ahora están amenazando con subidas del EURIBOR.
Con ello te quiero participar, que los bancos no se han comportado de forma leal con los clientes, proporcionándoles información confusa y en muchos casos jugando con el miedo a la subida.
En un mercado libre donde debe imperar (en teoría) la «igualdad» entre parte en un contrato, del tipo que sea tanto banco como cliente han de asumir las consecuencias de los vaivenes del EURIBOR, con un reparto a iguales del riesgo que supone la variación del precio de dinero en mercado interbancario.
Verás qué gracia a los que vayan a pedir una hipoteca ahora… Sin cláusulas suelo (ni techo, claro está) y teniendo que hacerse cargo el banco de los gastos de constitución, a ver a cuánto se pone el diferencial con el Euribor…
Saludos.