
Nicolás Maduro salió ileso este sábado de un atentado perpetrado en Caracas con drones mientras pronunciaba un discurso en la céntrica avenida Bolívar. En las imágenes transmitidas por televisión se ve parcialmente lo que ocurrió. Los soldados en formación rompieron filas y salieron en desbandada. Mientras, en la tribuna, Maduro era resguardado por sus servicios de seguridad.
Poco después el régimen bolivariano informó que había sido un intento de asesinato del presidente realizado con drones explosivos que fueron abatidos por francotiradores del ejército. Horas más tarde un grupo denominado «Soldados de Franela» reivindicó el ataque en Twitter y YouTube. El Gobierno, entretanto, culpó a los colombianos.
Hasta aquí lo que sabemos, que no es demasiado. A partir de este punto empiezan las incógnitas. ¿Fue un atentado o es un montaje del Gobierno? De ser un atentado, ¿cómo pudieron llegar tan cerca en un desfile lleno de militares con tres aparatos tan voluminosos? Estas son algunas de las incógnitas que quedan por resolver. Vamos a verlo con más calma.
Se puede discutir sobre si la dictadura manipuló los hechos hasta la explosión, pero no que lo ha hecho desde entonces. No está permitido navegar por lagunas de la versión oficial y las consecuencias de la verdad autorizada son una canallada: la acusación de un acto de guerra por parte de Colombia legitima acciones de guerra contra la población venezolana. La muerte de un tirano le evita el repudio, el cautiverio y la deshonra para los que tantos méritos hace. La muerte de Nicolás no sería la muerte del chavismo, como no lo fue la muerte de Hugo. La verdad de lo ocurrido quedará enterrada bajo una montaña de oficialidad, pero Nicolás ya sabe que su régimen agoniza de tal manera que o su vida peligra o hay que fabricar conjuras para prolongarla. Su corazón aún late, pero sin sosiego.
Un cordial saludo