El 4 de febrero de 2008 el portal en Internet de la Asamblea Popular Revolucionaria Americana, la célebre Aporrea, llevaba a toda página una pieza de Elio Cequea, periodista de estricta observancia bolivariana, denunciando un artículo del Wall Street Journal sobre Chávez. El artículo en cuestión se titulaba “Desperado” y en él su autora, Mary Anastasia O’Grady, hacía un paralelismo entre la Venezuela de Chávez y la dictadura militar argentina, un régimen de distinto signo político, pero igualmente adicto al populismo que, tras arruinar al país, terminó autoinmolándose en la guerra de las Malvinas.
Todas las dictaduras que en el mundo han sido, antes de matar al enemigo, matan al mensajero que cuenta al mundo sus crímenes. Con el chavismo no iba a ser menos. Disentir en la prensa venezolana es un deporte de alto riesgo. Las amenazas parten del mismo palacio de Miraflores, muchas veces televisadas en directo. Luego la chusma fanatizada se encarga del resto. En Caracas son famosas las turbas que asaltan periódicos y acosan periodistas. En el extranjero, afortunadamente, no pueden hacerlo y deben conformarse con linchamientos virtuales como el que hubo de padecer la columnista del Wall Street Journal.
Ese odio, diríase que africano, que el régimen de Chávez profesa por Mary Anastasia O’Grady contribuyó en buena medida a hacer de esta elegante dama de la prensa libre una firma muy conocida en todo el mundo hispano. Muchos descubrieron entonces que O’Grady no es que sea crítica con Chávez por puro capricho o porque se lo haya ordenado el dueño del diario, es que se trata de una periodista con principios bien asentados y sobre ellos edifica su discurso. Esa variedad de periodista no se estila, por desgracia, en nuestros países y por eso molesta tanto a los autócratas sudamericanos como Chávez o sus primos Rafael Correa y Evo Morales.
¿Y cuáles son los principios que marcan las líneas maestras de O’Grady? Dos muy simples: libertad individual e imperio de la Ley, justo los que faltan en una dictadura. Sobre dos pilares tan elementales no sólo se levantan naciones prósperas y libres como los Estados Unidos, sino también los grandes periódicos. El Wall Street Journal es un ejemplo. Allí, en la centenaria cabecera neoyorquina –la de mayor circulación de todo el país con una tirada de más de dos millones de ejemplares diarios–, lleva O’Grady desde 1995 llenando de sentido común su página editorial, probablemente la mejor informada del mundo.
Pero O’Grady, católica de ascendencia irlandesa, no iba para periodista, llegó a este viejo oficio desde el mundo de las finanzas. Durante más de una década trabajó en varias firmas de la City como estratega de opciones. Allí conoció el capitalismo por dentro y aprendió a admirar ese milagro espontáneo que son los mercados cuando se les deja fluir en libertad. Pero tampoco iba para analista financiera. Años antes, en la universidad, el Assumption College –una institución católica de Massachusetts–, había estudiado literatura inglesa, una disciplina sin duda interesante, pero muy alejada de lo que ha terminado haciendo en la mesa del consejo editorial del Wall Street Journal. Así, O’Grady, como todos los grandes periodistas, está formada por diferentes capas que han ido dando cuerpo y forma a sus acerados análisis sobre la actualidad hispanoamericana.
Pero tanto la independencia como la brillantez se pagan caras. O’Grady, una mujer, por lo demás, extraordinariamente culta y de formas muy refinadas, tiene que soportar continuamente como le caen dardos desde todas las direcciones. Desde fuera, pero también desde dentro. Los progres norteamericanos no pueden ni verla y, como por lo general, sus argumentos son bastantes contundentes se entretienen tachándola de extremista, radical o portavoz oficiosa de la agenda exterior republicana. Eso simplemente porque censura con vehemencia a los infames hermanos Castro y porque jamás se priva de denunciar la tiranía de nuestro tiempo que, en Hispanoamérica, lleva el nombre de “socialismo del siglo XXI”.
Bebé con pañales rojos
O’Grady vive en Nueva York pero su mirada siempre está fija en lo que sucede varios miles de kilómetros al sur, en la América de habla hispana. Como especialista de temas hispanoamericanos en su periódico sigue con una lupa el acontecer de estos países. Lo cierto es que rara vez se aburre. Nuestros bulliciosos hermanos del otro lado del Atlántico son una fuente continua de inspiración para cualquier comentarista político. El último maremoto que levantó la incorrectísima editorialista del Journal fue en Chile. Con motivo de las protestas estudiantiles que tuvieron en jaque al Gobierno de Piñera durante semanas, O’Grady dedicó una durísima columna al resurgir del comunismo chileno y, especialmente, a Camila Vallejo, aquella jovencita con ideas de hace un siglo y un piercing en la nariz a la que llamó “bebé con pañales rojos”. La izquierda chilena se echó las manos a la cabeza escandalizada. Y es que a O’Grady, aunque la odian, la leen, y con mucha más atención de la que les gustaría.
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