
Tengo cierta afición por la lectura, lo cual no es ningún secreto para los que cada dos semanas escuchan La ContraPortada, el espacio de libros que hago en colaboración con los oyentes. Me gusta leer desde que tengo recuerdo. Es la forma más productiva y placentera de holgazanear. De niño amontonaba los libros, especialmente novelas aunque también cómics, en pilas dentro de mi habitación. Cuando se caían los metía debajo de la cama para cabreo monumental de mi madre, que insistía en que tenía que dedicar más tiempo a las matemáticas y menos a las novelas. No le hice ni caso, claro, por eso he terminado siendo periodista, que es un oficio de pobres.
El problema de los libros es que cuestan dinero. Durante años me surtía a máximo descuento en la cuesta de Moyano, en el Rastro y en las ferias de libros viejos que montan un par de veces al año en el paseo de Recoletos. Pero en todos estos sitios uno no elige, se encuentra. A veces encuentras cosas buenas y otras material de derribo que termina en la parroquia para desesperación del cura, que no sabe que hacer con tanto libro malo. Cuando apareció el Kindle hace ya unos cuantos años fue como una epifanía. Se podía leer mucho, cómodamente y a buen precio. El aparato en cuestión tenía, además, infinidad de ventajas físicas: es pequeño, ligero y la batería aguanta días.
Lo explico todo en esta anotación de hace ya un montón de años, de 2012 exactamente. Para entonces ya era un kindleadicto. Dos años y medio antes, a principios de 2010, cuando acababa de descubrir el invento, me encargaron un artículo para una revista ya desaparecida en el que mostraba mi optimismo. Lo releo ahora casi nueve años después y compruebo que estaba en lo cierto en todo, a excepción de mi vaticinio de que con los años nadie querría un «engorroso libro de papel«. Los seguimos queriendo aunque en bastante menor medida que hace una década. Las editoriales venden muchos menos ejemplares físicos y han disparado la venta de los digitales.
Por aquel entonces tenía un lector Sony con el que había que hacer cabriolas sobre un alambre para encontrar títulos, al menos dentro de la legalidad. Un tiempo después aterrizó el Kindle en España y el único defecto que le encontraba yo al aparato en cuestión quedó solucionado. En el dispositivo de Amazon todo era sencillo. Los libros salían más baratos y lo tenían casi todo en su librería online. Bastaba con abrir la tapa de la funda y ponerse a leer. Si se quería un nuevo libro iba uno a la tienda y se lo bajaba. De haber sido niño ahora mi madre no se quejaría por encontrar los bajos de la cama convertidos en un improvisado almacén de libros.
Pero, aunque sensiblemente menos, seguían costando dinero. Antes de bajárselo había que leer las críticas y, en los títulos que lo permitían, echar un vistazo a las primeras páginas para asegurarse de que merecía la pena el desembolso. Bien, todo eso se acabó cuando los de Amazon presentaron Kindle Unlimited, al que me inscribí hace unos meses para probarlo. Me lo pensé mucho porque soy muy cauteloso con los gastos -ya se sabe, periodista pobre- pero al final me decidí pensando que si no me gustaba podía cancelarlo al final del mes de prueba, que es gratuito. Al final lo hice y, la verdad, ha sido el descubrimiento del año. Algo similar a lo que me sucedió con Netflix hace tres años. No es casual que se hable de Kindle Unlimited como el Netflix editorial.
Por 9,9 euros al mes el sistema te da acceso ilimitado a un millón de títulos, la mayor parte en inglés eso sí, pero hay muchos en español, tantos como para necesitar varias vidas si se quisiesen leer todos. Al ser una tarifa plana se pueden bajar tantos como se quieran, pero en el lector sólo pueden almacenarse un máximo de diez, cuando vamos a por el undécimo borra uno de ellos, es decir, que sólo pueden leerse diez libros a un tiempo. Esta podría ser una de sus desventajas aunque para mi no lo es ya que no suelo leer diez títulos simultáneamente. Siempre, además, cabe la posibilidad de volver a descargarse el que borramos hace dos o tres meses, su coste es cero.
Otra de las desventajas, creo que la fundamental, es que las novedades no suelen estar dentro del programa. En este aspecto se parece, una vez más, a Netflix con las películas. En Netflix tienen todas las series propias, muchas ajenas y un centón de películas, pero ninguna de estreno. Quien quiera estrenos que los vea en el cine, los compre según salen en Blu Ray o se los baje de iTunes a razón de 12 ó 13 euros la unidad. Quien sólo quiera ver estrenos Netflix no es su plataforma. Del mismo modo, quien sólo lee novedades Kindle Unlimited le parecerá frustrante.
En el caso de que cancelemos la suscripción los libros que tengamos en el dispositivo desaparecerán. Resumiendo que no los compramos, simplemente los alquilamos. Kindle Unlimited es, como Netflix, un servicio de préstamo sujeto a que formemos parte del programa. Nada extraño por lo demás. Cuando quiero tener un libro en propiedad lo compro fuera de Unlimited, a veces incluso en papel si se trata de autores que me gustan mucho tipo Niall Ferguson o Nassim Taleb. Ídem con las películas o los discos que luego paso al iPod. Nací en los años setenta, sigo teniendo y tendré siempre cierta propensión a lo tangible.
Pero la mayor parte de libros que leemos, películas que vemos y música que escuchamos no volvemos a hacerlo, son simples pasatiempos, consumo inmediato y a otra cosa. Visto así Kindle Unlimited es un gran invento porque nos permite leer mucho a un precio irrisorio. El libro electrónico medio cuesta entre 7 y 10 euros, con dos libros al mes que descarguemos ya habremos amortizado la cuota mensual. Por no hablar de libros que descargamos para leer solamente un capítulo y, una vez leído, ya estorban en la biblioteca del Kindle.
Lo dicho, pocas veces van a darnos tanto por tan poco. Sólo nos queda esperar que nos dure mucho tiempo.
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Totalmente de acuerdo. No hay nada como Kindle Unlimited para un lector empedernido.
Con Amazon Prime, sin subscribirse a unoimited, liberan al mes una cantidad de títulos que igualmente puedes descargar gratis a modo de alquiler, también máximo diez. No es lo mismo pero no está mal si tienes otras fuentes de lectura.