Powell y el estímulo sin fin

Dentro de dos días, el 26 de agosto, los presidentes de los principales bancos centrales se reunirán en Jackson Hole, una localidad de Wyoming en el corazón de las montañas Rocosas. La cita, que tiene carácter anual, es muy esperada en el mundo financiero porque de ahí, especialmente de lo que diga el gobernador de la Reserva Federal, saldrá mucha información muy valiosa. El año pasado se celebró de manera virtual y, a pesar de la voluntad que le pusieron los participantes, la realidad se ha reído de los pronósticos que hicieron. La inflación ha repuntado, especialmente en EEUU, de un modo preocupante, las economías del primer mundo se han endeudado muy por encima de lo previsto y aún falta por saber en qué consistirá el objetivo de “inflación simétrica” del 2% anunciado por el Banco Central Europeo.

La inquietante sensación de impotencia monetaria se ve agravada por la propagación de la variante Delta del coronavirus por todo el mundo, que amenaza con subir los precios y deprimir aún más el crecimiento mundial. La política monetaria no puede hacer mucho para evitar el cierre de los puertos debido a brotes inesperados, como sucedió en la terminal china de contenedores de Ningbo-Zhoushan el pasado 11 de agosto, ni por la aplicación en Australia y Nueva Zelanda de nuevas restricciones y confinamientos. En Estados Unidos, la confianza del consumidor se desplomó en la primera quincena de agosto. Y no fue precisamente por falta de estímulo monetario.

El desafío más peliagudo que ahora enfrentan los bancos centrales es cuándo y cómo revertir el último año y medio de flexibilización cuantitativa, la compra de bonos a largo plazo empleando dinero recién creado. Según las previsiones actuales, los balances de los bancos centrales de los países ricos habrán alcanzado un tamaño combinado de 28 billones de dólares para finales de año, de los cuales dos quintos son atribuibles a las flexibilizaciones de la pandemia. Nos encontramos ante un efecto trinquete de proporciones ciclópeas. El endeudamiento va sólo en una dirección y nunca remite. Creció de forma alarmante tras la crisis de 2008 y no ha ido hacia atrás. Para esto los banqueros centrales seguramente no tengan respuesta y quizá tampoco la estén buscando.

En La ContraRéplica:

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