Ruido y nueces

Lo que fuera de EEUU se ha dado en llamar «reforma fiscal de Trump» tiene realmente otro nombre, se denomina «Tax Cuts and Jobs Act» (ley de recorte fiscal y empleo). De haber ido dirigida a subir los impuestos se llamaría reforma fiscal, pero como los baja va directo. A fin de cuentas a nadie le gusta pagar impuestos y si los vas a bajar bueno es recordarlo en el enunciado mismo de la ley. Pero, a pesar de eso (o, quizá, precisamente por eso) el recorte fiscal de Trump está recibiendo casi tantas críticas como aplausos.

Las primeras vienen básicamente del entorno demócrata. Todos los representantes demócratas (192) y todos los senadores (49) votaron en contra en sendas sesiones celebradas en noviembre y diciembre. También la critican los libertarios por ser insuficiente y, por supuesto, la extrema izquierda del Partido Verde, lo cual tiene perfecta lógica porque a estos últimos todo impuesto cuyo tipo baje del 80% les parece propio de un paraíso fiscal.

El principal reproche que le hacen es que que se trata de una reforma encaminada a beneficiar a los ricos mientras los pobres y la clase media pagarán lo mismo o más. Para apuntalar la acusación recuerdan que Trump es millonario y que no hace más que bajarse los impuestos a sí mismo. Pues bien, no es cierto. Sucede todo lo contrario. La reforma incrementa la progresividad, esto significa que habrá más gente abajo pagando menos y los de arriba del todo podrían terminar pagando incluso más en función del tramo en el que entren.

¿Y la clase media? Al fin y al cabo es la más numerosa, en EEUU hay pocos ricos pero también pocos pobres. Los expertos calculan que todos los que ganen entre 40.000 y 75.000 dólares anuales pagarán hasta un 37% menos. En las últimas semanas los think tanks y la prensa han hecho todo tipo de simulaciones con contribuyentes-tipo. En casi todos los casos les sale menos a pagar. Actualmente en EEUU el 10% de los contribuyentes paga el 70% de lo recaudado por el impuesto sobre la renta. Con la reforma ese porcentaje aumentará precisamente por la recrecida progresividad.

Desmontado el argumento de que sólo favorecerá a los ricos los críticos han atacado con una razón que, de primeras, se antoja muy poderosa. Dicen que costará la vida a 10.000 personas al año. ¿10.000 personas? Ante semejante afirmación cabe preguntarse en qué la sustentan. Bien, más o menos la cosa es así. La reforma acaba con el llamado mandato individual del Obamacare, en virtud del cual todo aquel que no contratase un seguro médico tenía que pagar una multa que podía ascender hasta los 10.000 dólares. Dependiendo de los ingresos y de la disponibilidad de seguros en cada Estado el Gobierno federal se comprometía a subsidiar el seguro hasta con 12.000 dólares por persona y 20.000 por familia.

Eliminar el mandato individual convierte al Obamacare en algo opcional, pero no reduce los ingresos de los contribuyentes en un solo dólar. La reforma acaba con una obligación (la de contratar un seguro médico), una línea de subsidios y otra de sanciones administrativas por el dichoso seguro. Entonces, ¿de dónde salen esos 10.000 al año que van a morir? Pues de ningún sitio, de la fértil imaginación de los nostálgicos de Obama, que lo mismo han dicho 10.000 como podrían haber dicho 40.000 o 50.000. Pero sean 10.000, 50.000 o tan sólo 100 aseguran que morirá gente. ¿Por qué? Según ellos, mucha gente privada del subsidio no podrá contratar un seguro y morirá por falta de asistencia.

En este punto tengo algunas dudas. Veamos. Las principales causas de muerte en EEUU son las enfermedades cardiovasculares seguidas del cáncer y de las enfermedades del aparato respiratorio. Exceptuando el cáncer (y no en todos los casos) son enfermedades provocadas por hábitos de vida concretos, no por falta de cobertura médica. Un fumador empedernido de tres paquetes diarios durante 40 años ya puede tener el seguro más caro del mundo que de poco le servirá cuando desarrolle un enfisema. Ídem con un obeso o un alcohólico. Nadie nace fumador, alcohólico u obeso. Es algo que se decide ser.

Otra de las críticas insistentes que están haciendo a la reforma es que aligerar la carga fiscal a las empresas no se traducirá en salarios más altos porque los empresarios, egoístas por naturaleza, se meterán ese dinero en el bolsillo o se lo gastarán en yates y en el casino. En el caso de que lo hicieran no pasaría nada. Tienen una empresa para ganar dinero, no por amor al arte. Ser empresario en un mercado tan competitivo como el de EEUU requiere arriesgar mucho y trabajar más. Los empresarios no son santos, pero tampoco diablos. Son simplemente gente decidida que ve una oportunidad y la aprovecha. Luego, a título individual hay de todo, desde tipos extraordinarios y de gran calidad humana hasta personajes despreciables.

Pero, ¿qué pasa cuando a un empresario le bajan los impuestos?, ¿qué hace con todo ese dinero que ya no tiene que entregar al fisco? La realidad nos dice que cuando baja el impuesto de sociedades las empresas crecen y se expanden más deprisa. ¿Por qué lo hacen? Por interés de sus dueños, claro. Una empresa más grande dará mayores beneficios y podrá competir mejor. Lo que se comprueba es justo lo contrario de lo que vaticinan. Los empresarios suelen invertir lo que se ahorran en impuestos en su propia empresa. Eso trae más y mejor empleo porque las empresas grandes pagan mejor y necesitan más empleados.

Por último, los hay que, asumiendo que el recorte es real, que aliviará la carga para particulares y empresas y que beneficiará más a los pobres que a los ricos, arguyen que quien lo terminará pagando es el Estado. Washington contará con menos recursos para hacer política, eso provocará que aumente la deuda pública porque lo que no sacan del contribuyente lo pedirán prestado. Bien, dando por bueno que la recaudación disminuirá -que no tiene porque ser así- la deuda no se mitiga ingresando más, sino gastando menos. Y, por descontado, el peor modo de acabar con la deuda es endeudándose más. Es algo tan elemental que lo entiende cualquiera, incluidos los niños de diez años. Si tan preocupados están por la deuda deberían clamar por un decidido recorte del gasto federal, no por mantener los impuestos altos. Pero eso sospecho que sería pedir un imposible.

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1 Comment

  1. Si el gasto no se reduce, entonces el birlibirloque del recorte consiste en recaudar menos impuestos en el curso y el resto diferidos en deuda, es decir, pagar menos ahora y el resto más adelante tú, o quienes vengan detrás.
    Si el gasto no se reduce pero se configura de una manera distinta, la nueva resultante puede ser beneficiosa, o no.
    Pues bien, Donaldo apuesta a que su asignación junto con el dinerito de más en los bolsillos del los contribuyentes serán un estímulo económico capaz de enjuagar el paro actual y la deuda futura.
    Esto de jugar a aprendiz de brujo con tal de no reducir el Estado es como aquel anillo de poder de Sauron, uno puede ir con las idea de destruirlo clarísima pero a la hora de la verdad, ni de broma.
    Un cordial saludo.

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