
Tras casi 300.000 casos confirmados, más de 7.000 fallecidos, una tasa de muertos por millón de habitantes que se encuentra entre las más altas del mundo y una tercera ola que está golpeando con gran dureza al país, el Gobierno sueco decidió el mes pasado endurecer las restricciones para ralentizar los contagios de covid-19. Durante meses Suecia fue la gran excepción en Europa, el lugar al que miraban los escépticos que veían allí una gestión diferente y exitosa de la pandemia, una gestión que conjugaba efectividad en el ámbito sanitario y sensatez económica. Los suecos evitaron confinamientos y otras medidas drásticas que se tomaron en prácticamente toda Europa y eso causó la admiración y el temor del resto del continente.
De eso hace ya nueve meses y se pueden sacar algunas conclusiones. En comparación con sus vecinos, la epidemia ha tenido efectos más graves. La covid-19 en Suecia ha sido cinco veces más letal que en Dinamarca y diez veces más que en Noruega, pero, a pesar de ello, no han conseguido salvar la economía, que este año se desplomara entre 5% y un 8%, el peor dato de toda Escandinavia. Al Gobierno de Stefan Löfven no le ha quedado más remedio que mirar de frente a la realidad y tomar medidas que hace sólo unos meses eran impensables.
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