Tectónica de votos

El barómetro del CIS del mes de abril nos ofrece en líneas generales un panorama muy parecido al de hace un año cuando se calentaban motores para la repetición electoral de junio. El PP está en torno al 30%, el PSOE y Podemos en torno al 20% y Ciudadanos en torno al 15%. Los votantes parecen inmunes a lo que pasa en política. Descuentan la corrupción entre los políticos y, en consecuencia, no la castigan. Pero tampoco castigan el mal Gobierno, ni las peleas internas, ni las promesas incumplidas. Los sucesivos casos de corrupción le están saliendo gratis al PP. Las polémicas continuas en los llamados ayuntamientos del cambio no están pasando factura a Podemos, ni la crisis interna al PSOE, ni la desfachatez de decir una cosa y hacer otra que afecta a todos por igual.

El último gran movimiento tectónico de la política española se produjo en 2015 o, mejor dicho, culminó en 2015 porque el proceso se dio antes, entre 2012 y 2014, concretamente entre las elecciones andaluzas de marzo de 2012 y las europeas de mayo de 2014. Con las municipales, autonómicas y generales de 2015 quedaron estabilizadas las cuatro placas principales: el PP, el PSOE, Podemos y Ciudadanos. Desde entonces se han registrado temblores, cierto es, pero de pequeña envergadura y, apurando el símil geológico, hasta algún caso de subducción como cuando Izquierda Unida se hundió por debajo de la placa podemita hace ahora un año. En resumidas cuentas, que desde hace dos veranos no se ha producido nada más digno de reseña.

Las razones por las que esto ha sucedido son varias. La primera es porque el español medio no le dedica demasiado tiempo a la política. Está, afortunadamente, a sus cosas, a su trabajo, a su familia, a sus amigos y a sus aficiones. Y es bueno que así sea porque un país politizado es un espanto. Ahí tenemos el caso de Cuba, donde todo es política y hasta el asunto más nimio de la vida privada se interpreta en clave política, se filtra a través de categorías políticas engendrando un ambiente irrespirable de control, desconfianza y discordia civil.

La segunda es que la causa de la hiperpolitización de la vida española hace tres años era casi en exclusiva la brutal y larguísima crisis económica que se arrastraba desde 2008. Pero en los últimos tres años se han creado millón y pico de empleos. Y el empleo tiene consecuencias directas sobre el interés de la población en los temas políticos. Quien trabaja está buena parte del día ocupado en otras cosas y no le sobra tiempo. Tiene, además, dinero en el bolsillo, porque empleo es equivalente a sueldo. Teniendo uno dinero para salir a cenar con los amigos o para irse de vacaciones a Gran Canaria, ¿quién va a ser el idiota que se quede en casa envenenado con La Sexta Noche?

La tercera razón tiene que ver con los activistas. Entre más o menos el 15-M y las elecciones de 2015 España se llenó de activistas. Ser activista, de hecho, se terminó convirtiendo en una profesión. No hay más que echar un vistazo a los currículum que presentaron muchos concejales de Podemos en las municipales. Prácticamente todo el equipo de Gobierno actual de ciudades como Barcelona está formado por antiguos activistas. Y, como Colau y su gente, la mayoría están ya colocados en alguna administración, por lo que su actividad callejera (valga la redundancia) ha disminuido notablemente o ha desaparecido por completo. La calle está tranquila, no se respira conflicto.

La cuarta razón tiene que ver con la psicología misma del voto. Decidir votar a este o a aquel partido se percibe como una decisión muy importante. No, evidentemente, inmóvil, pero si firme y a largo plazo. Es una apuesta personal sostenida en el tiempo. De hecho mucha gente no cambia el voto en toda su vida por una cuestión de honor, como si hacerlo significase reconocer un error propio.

Pero hay momentos críticos en los que muchos lo hacen al unísono provocando grandes movimientos tectónicos que alteran el mapa político. Pero eso solo sucede cada cierto tiempo. Entre 2012 y 2015 hubo un gran trasiego de votos del PP y el PSOE a los dos nuevos partidos. Ese trasiego se detuvo en diciembre de 2015 coincidiendo con las generales. Y en esas estamos año y medio después.

La pregunta que cabría hacerse ahora es si nos encontramos en una zona de calma entre dos temporales o esto se va a quedar así. Nadie lo sabe. Pueden suceder ambas cosas. Puede suceder que esto se quede para los próximos 30 ó 40 años o que el tetrapartidismo actual salte por los aires en algún momento de aquí a 2019. Si la economía no vuelve a enviar al 25% de la población activa al paro tal vez esto se mantenga durante unos cuantos años más. Pero si entramos de nuevo en crisis y renace el descontento podría menearse el recipiente y arrancar de nuevo la máquina de trasiego de votos, ya sea entre los partidos existentes o hacia otros de nueva creación. También podría ser que el PP termine perdiendo pie, es decir, que termine perdiendo la Moncloa y los acontecimientos se precipiten. El PP hoy no es más que un cascarón vacío unido solo por el presupuesto, algo similar a la UCD de 1980 pero con algo más de arraigo. Pero su implosión no es segura. De hecho, nada lo es.

Más en La ContraCrónica
Ir a descargar

1 Comment

  1. La gente miente el las encuestas y quienes las encargan las maquillan. La demoscopia trata de balancear las trolas y de disimular el cosmético. En todo caso, las encuestas solo pueden apuntar tendencias que quizás no cuajen, por lo que más que opinar de ellas se puede opinar a propósito de ellas. En este caso , la tendencia apuntada es la consolidación del tetrapartidismo más nacionalistas, lo que resulta una foto del electorado poco halagüeña que retrata una sociedad que quiere cambios, o no, que quiere cambios suaves, o no, y que quiere rupturismo, o no. Vamos, que sea lo que sea lo que surja, será fruto de la duda colectiva. Visto el panorama, la duda es lo esperable pero como base para cualquier cambio, es barro.
    Un cordial saludo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.