
Cuba atraviesa una situación económica especialmente complicada. No es que la isla nadase en la abundancia antes de la pandemia, pero al menos era capaz de alimentar (sin excesos) a su propia población. El paso de la covid ha llevado a una escasez de alimentos que no se recuerda desde finales de la década de los 90. El país importa casi el 70% de los alimentos, pero no hay divisas para adquirirlos en el extranjero. Aunque parezca mentira, este país, que dispone de un clima tropical privilegiado en el que crece todo a gran velocidad, no produce lo suficiente porque el sistema económico que rige en Cuba está plagado de ineficiencias y desincentiva el cultivo de alimentos y la cría de ganado.
El Gobierno de Miguel Díaz-Canel es plenamente consciente del problema y ha declarado la crisis alimentaria que arrancó el año pasado como un asunto de seguridad nacional. Las autoridades han aprobado una serie de medidas para potenciar el sector agropecuario, pero tras tantos años de colectivización agraria, corrupción y burocracia el campo cubano no termina de ponerse en marcha. A eso hay que sumar la falta crónica de dólares, lo que impide la compra de grano, leche o frijoles, pero también de abonos y pesticidas. Muchos agricultores que venden su producción al Estado tienen que dejar de cultivar porque la administración paga tarde o nunca. Un círculo vicioso que comenzó a dibujarse hace un año y que parece no tener fin. El paraíso tropical es un infierno burocrático en el que algo tan aparentemente simple como producir y vender un quintal de limones puede convertirse en una auténtica pesadilla.
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como ya esquilmaron a Venezuela, no tienen de dónde chupar más sangre