Adiós al sueño americano

Barack Obama se despide de la presidencia propinando una dolorosa patada en los mismísimos a los cubanos y, al tiempo, una suave caricia al régimen de Castro. Ambas, la patada a las víctimas y la caricia al verdugo, encajan en el personaje, pero nadie las esperaba, aunque solo sea por los cuatro días mal contados que le quedan en el despacho oval.

Desde el viernes pasado la política de pies-secos-pies mojados ha pasado oficialmente a mejor vida. Esto de los pies secos-pies mojados es una creación relativamente reciente. Fue cosa de Bill Clinton que, en 1995, endureció la Ley de Ajuste cubano del 66 para que solo se reconociese el asilo automático a los refugiados cubanos que hubiesen conseguido poner un pie en la costa de los EEUU. Lo hizo a causa de la crisis de los balseros del 94, durante la cual 35.000 cubanos arribaron a las costas de Florida. Antes de eso no importaba en que fase del viaje se encontrasen, bastaba con que hubieran conseguido salir de Cuba sin que las patrulleras castristas los disparasen para considerarse afortunados. Una vez avistaban la tierra prometida ya eran libres. Salían incluso algunos compatriotas a mar abierto a recibirles en lanchas y les transportaban hasta tierra firme.

Pues bien, primero Clinton y ahora Obama han conseguido poner punto y final a una de las grandes herramientas de presión que el exilio cubano y el propio Gobierno norteamericano tenían contra el dictatorial Gobierno de la Isla. A partir de ahora solo podrán emigrar a EEUU los cubanos que dispongan de pasaporte y de un visado que, aunque emitido por las autoridades federales, lo entrega el propio Gobierno cubano en virtud del mismo acuerdo al que llegó Clinton con Fidel Castro hace ahora 22 años.

Lo de acabar con el beneficio de los pies secos es algo que muchos hispanos de la Florida (y de otras partes del país) demandaban desde hacía tiempo. A fin de cuentas, para un guatemalteco o un hondureño llegar a los EEUU ya le supone una odisea, pero eso es solo el principio. Más tarde, cuando ya se encuentra allí, tiene que hacer equilibrios en un alambre para conseguir un empleo y evitar que le deporten. Ese problema los cubanos no lo tenían. Era llegar, pisar la playa con el pie seco y besar el santo. Una parte de los hispanos se quejaban, asimismo, de que muchos inmigrantes cubanos habían abandonado su país solo por cuestiones económicas y que, por lo tanto, lo justo era tratarles como tales, como inmigrantes económicos, es decir, de manera idéntica a como se trata a los centroamericanos o a los de cualquier otro país del mundo.

Ahora bien, no es menos cierto que en el caso de Cuba es indistinguible la ruina económica de la política. Un salvadoreño con voluntad, ingenio, mucho trabajo y algo de suerte puede prosperar en su propio país. Es difícil, cierto, pero no imposible. Para un cubano es imposible. Los cubanos son pobres por decreto. Por mucho que se esfuercen, por muy listos y oportunos que sean, jamás podrán mejorar sus condiciones materiales de un modo apreciable. Si son hábiles resolviendo obtendrán algunos dólares en el mercado negro y podrán comer más y mejor. Pero de ahí no pasará la cosa. Hubiese tenido sentido, por ejemplo, que Obama derogase la Ley de Ajuste cubano pero a cambio de que el régimen castrista pusiese en marcha una liberalización de la economía como hicieron en China. Los chinos están sometidos a los dictados del Partido, pero al menos no les obligan a morirse de hambre.

Junto a lo de los pies secos, el presidente ha acabado también con el programa Parole, que permitía a los médicos cubanos destacados en las misiones «internacionalistas» solicitar refugio político en las embajadas estadounidenses. Conforme a este programa el refugio era concedido en el acto. Lo de los médicos es aún más grave. Porque, en este caso no ya es que no les permitan ganarse la vida, sino que trabajan en régimen de esclavitud para el Gobierno. Cuando Castro envía un equipo médico a cualquier lugar del mundo cobra por sus servicios al país que lo ha solicitado. Cobra en dólares por supuesto, pero quienes prestan ese servicio ven solo una pequeña parte en forma de salario. Con el programa Parole, creado por Bush en 2006, EEUU conseguía tres dianas a coste cero. Por un lado perjudicaba económicamente al régimen, que tiene en la «exportación» de médicos una importante fuente de divisas. Por otro le arruinaba la propaganda internacional. Y, por último, recababa información de primera mano de lo que ocurre dentro de Cuba. De hecho ni siquiera era coste cero, era positivo. EEUU ganaba porque importaba mano de obra cualificada. Durante los últimos diez años unos 8.000 médicos cubanos se acogieron a este beneficio y muchos otros estaban a la espera.

A menos de una semana de la toma de posesión de Trump la incógnita es saber qué hará el recién llegado con estas dos polémicas y extemporáneas decisiones de su antecesor. Montaner, que es el que más sabe de esto, cree que no restaurará lo de los pies secos por la simple razón de que va abiertamente contra lo que será su política migratoria. Cabe la esperanza de que se apiade de los médicos y renueve el programa Parole u otro similar. Pero eso está por ver, como casi todo con Trump.

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