
El pistoletazo de salida de las elecciones primarias del Partido Demócrata se dio la semana pasada en Iowa. Se estrenaron con un gatillazo antológico. Hubo caos, disputas internas, un recuento penoso y un inesperado ganador: Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, una pequeña ciudad de Indiana a quien nadie sabía poner cara hace sólo unos meses. Buttigieg ganó por delegados pero por votos lo hizo Bernie Sanders, tras él, y a no mucha distancia, quedó Elisabeth Warren y ya, en un vergonzoso cuarto puesto, el favorito Joe Biden.
Los resultados en Iowa no son muy significativos porque es un Estado poco poblado con apenas tres millones de habitantes enclavado en el medio oeste profundo. Lo que si es significativo es el caos que se apoderó de la jornada electoral y de los días subsiguientes con varios candidatos pidiendo un recuento. También es significativo lo igualados que quedaron Buttigieg, Bernie Sanders y Elisabeth Warren, especialmente los dos primeros entre quienes sólo hubo una diferencia de cuatro décimas porcentuales.
Esto podría terminar dividiendo a los demócratas en la recta final de las primarias y que el candidato nominado tenga más enemigos que amigos dentro de su propio partido. Para Donald Trump, que contempla los toros desde la barrera fumando un habano, no podría haber mejores noticias.
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