Cien años de comunismo

El del 7 de noviembre de 1917 en San Petersburgo fue un golpe limpio, de menos de 24 horas y en el que tan sólo hubo que lamentar dos muertos, es decir, nada en un país al borde del abismo como la Rusia de entonces, que enfilaba el quinto año de guerra y había enterrado ya a dos millones de soldados en el frente. Lenin no lo hizo solo. Contó con el apoyo de la base de Kronstadt, de los marineros de la flota del Báltico y, sobre todo, con el silencioso beneplácito de otros partidos opositores que, durante los ocho meses que mediaron entre las revoluciones de febrero y octubre, dejaron hacer a los bolcheviques. La jornada heroica culminó con el asalto al Palacio de Invierno y el derrocamiento efectivo del Gobierno provisional de Kerensky. Fue algo rápido e incruento. En la madrugada del día 8 los bolcheviques ya se habían hecho con todo el palacio y desde allí cursaban sus primeras órdenes.

El nuevo Gobierno ruso no sería provisional, duraría 74 años, hasta las Navidades de 1991, cuando un régimen podrido por dentro y desacreditado por fuera se vino abajo sin estrépito, como un viejo caserón de madera que vence ante una colonia de termitas. Esto Lenin no podía ni imaginarlo. Pensaba que que con él llegaba el fin de la historia, su última y definitiva fase. Antes, y conforme a las enseñanzas de Karl Marx, se había quemado la etapa feudal y la capitalista. Él traía de la mano la socialista, la que pondría la guinda final a la civilización humana. El tránsito al nuevo mundo requería del concurso de especialistas. Eso mismo era lo que se consideraban los bolcheviques, que sólo un año más tarde cambiaron su nombre por el de comunistas, un apelativo más ajustado a la ciclópea tarea que se habían asignado.

Bolchevique, que en ruso significa «mayoría», tenía sentido en la política rusa anterior, cuando había diferentes partidos y sensibilidades políticas. Desde ese momento sólo habría uno: el partido comunista o, simplemente, el Partido, así con mayúsculas. No podía ser de otra manera porque para llegar al anhelado socialismo había que pasar un periodo transitorio denominado «dictadura del proletariado» que dirigiría la vanguardia del Partido desde el llamado Consejo de los Comisarios del Pueblo. Con el tiempo iría cambiando de nombre pero siempre fue un grupo pequeño, un soviet reducido a la mínima expresión, al que sólo accedían los más preparados y, especialmente, los más despiadados.

El hijo de Lenin sería la Unión Soviética, su heredero universal, su gran legado. Pero apenas pudo disfrutar de él porque murió prematuramente en 1924 a los 53 años de un infarto de miocardio. La Unión Soviética, más conocida por su acrónimo URSS, no era un país cualquiera, era el más grande del mundo. Iba de los bosques de Centroeuropa a las costas del Pacífico y de los hielos del Ártico a las estepas asiáticas. Disponía de la extensión, la población y los recursos suficientes para ensayar el experimento comunista sin contratiempos. Dependerían de sí mismos, no de terceros que les impidiesen construir el socialismo mediante arteras maniobras y amenazas.

Durante sus primeros años, y ya en manos de Stalin, la URSS se consolidó con fuerza sobre el inmenso solar del antiguo imperio de los zares para, tras la Segunda Guerra Mundial, expandirse por todo el mundo. A mediados de los años 80 un tercio de la humanidad vivía en regímenes comunistas inspirados cuando no directamente sometidos al que había nacido en 1917 en San Petersburgo. En todas partes se comportó de idéntico modo. Eliminó de un plumazo las libertades políticas, civiles y económicas de la población, y la obligó a vivir bajo un sistema de partido único ferozmente planificador en el plano económico y en el que toda disidencia estaba prohibida.

Da igual hacia donde miremos: a la China de Mao, a la Cuba de Castro, a la Camboya de Pol Pot, a la Rumanía de Ceaucescu… En todos el patrón era el mismo: dictadura, escasez y miedo. En muchos casos estos regímenes devinieron, además, abiertamente genocidas. En el bloque comunista se produjeron algunas de las más terribles hambrunas de la historia. Todas fueron provocadas o intensificadas deliberadamente por los deudos ideológicos de Lenin. La Gran Hambruna de Ucrania, conocida como Holodomor, ocasionó 10 millones de muertos. Años más tarde el Gran Salto Adelante de Mao Zedong multiplicó esa cifra por cuatro hasta los 40 millones… en sólo cuatro años.

Los que sobrevivían estaban condenados a la penuria material más inclemente y al terror de saberse vigilados en cualquier momento y lugar, hasta en su vida íntima. Porque ningún régimen comunista pudo subsistir sin una draconiana censura y la omnipresencia de la policía política. Las agencias de seguridad de Estado eran tan grandes y poderosas que sus nombres terminaron siendo célebres en el extranjero, ¿quién no ha oído hablar del KGB soviético, de la Securitate rumana, de la Stasi alemana o del SB polaco?

El que disentía era considerado una amenaza o un enfermo mental. A los primeros se les ejecutaba sin muchos miramientos. A los segundos se les internaba en campos de concentración creados al efecto y que luego fueron copiados y mejorados por los nazis. En su punto álgido sólo en la Unión Soviética llegaron a operar simultáneamente 53 campos y más de 400 colonias de trabajo. Fue el famoso archipiélago gulag que Aleksandr Solzhenitsyn inmortalizó en un libro publicado en Occidente en 1973 y que es uno de los clásicos de la literatura rusa contemporánea. La dictadura, la hambruna, la policía política y el gulag nacieron con Lenin. Posteriormente se perfeccionaría todo lo anterior hasta límites insospechados con Stalin, que dispuso de más de un cuarto de siglo de poder absoluto para afianzar el socialismo y difundirlo por el mundo.

Pero, a pesar de toda la represión empleada y de la insoportable voluntad de poder de sus líderes el comunismo implosionó. Lo hizo casi en silencio durante la segunda mitad de los 80. Tan pronto como el último de los secretarios generales del Partido, un joven reformista llamado Mijaíl Gorbachov, abrió ligeramente la mano el sistema se deshizo como un azucarillo en el fondo de una taza de café. En 1992, cuando la pesadilla había acabado, Rusia estaba en ruinas, era un país vencido política, económica, social y moralmente.

Hace ya más de dos décadas de aquello. No deberíamos olvidar la tragedia que supuso para los cientos de millones de personas que hubieron de padecer un régimen tan tiránico, odioso e irrespirable. No hay nada de romántico, nada de ejemplar, nada de sublime en el comunismo. Ni en la teoría ni en la práctica.

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7 Comments

  1. Genial Fernando, te sigo en la contracrónica, solo una posible corrección, en castellano los acrónimos de expresiones en plural se ponen dobles; Reyes Católicos (RRCC), Redes Sociales (RRSS), así por tanto, de pequeño solía leer: UURRSSSS (unión de repúblicas socialistas soviéticas), al igual que siempre hemos leido EEUU.

  2. Por supuesto que no hay nada de romántico, nada de ejemplar, nada de sublime en el comunismo. Pero si hacemos un análisis maniqueo de lo malos que son y qué miedo dan sin explicar qué dio lugar a ello, no hacemos nada.

    No se me ocurre ninguna «arcadia feliz» antes del comunismo en ningún país que lo sufrió: desde la Polonia con una dictadura brutal, xenófoba y antisionista de los años 30 (que fue por cierto la ppal beneficiada del reparto de Checoeslovaquia en Münich), pasando por los países balcánicos, con sus Antonescus, Rey Pedro, Guardias de Hierro y demás, hasta la China nacionalista brutal y corrupta de Chiang Kay-Shek o la Cuba gobernada por la mafia de Batista. Y no digamos el estado de siervos y medieval brutal de los zares o la Cleptocracia venezolana

    Por favor, dame un gobierno estupendo, demócrata y genial antes de la llegada del comunismo. Porque Alemania Oriental tenía un muro para que la gente no escapase, pero es que lo anterior era el nazismo.

    Saludos

  3. El comunismo ha sido el experimento social que más individuos ha devastado, física y moralmente. Un tercio de la humanidad padecía su dictadura mientras la mitad del mundo libre le dedicaba odas y no pocos se dedicaban al terrorismo en su nombre. Nada más inhumano que obligar al individuo a negarse a sí mismo y nada más humano que pretender imponer una utopía por la violencia. Cien años de acciones discutiblemente bienintencionadas y de resultados indiscutiblemente calamitosos. Cien años, y lo que te rondaré morena, porque los iluminados mandamases solo lo dejan de aplicar muertos o pordioseros, y porque el deseo de obligar a los demás a ser lo que uno quiere que sean, es apenas reprimible.
    Un cordial saludo.

    • No, amigo Pizarro. El comunismo no es la doctrina que más individuos ha devastado en la Historia.

      Ese dudoso honor pertenece al Cristianismo, en todas sus ramas: desde la aniquilación de paganos del tardo-Imperio pasando por las Cruzadas, la guerra de los 30 años, el exterminio de los indios de América del Norte o la esclavitud africana. Durante 2.000 años ha matado o esclavizado más porcentaje de población mundial que nada sobre la tierra

      Y no, no vale decir que era una mala interpretación de las doctrinas de un hombre perteneciente a una religión despreciada ya por las grandes culturas antiguas por su racismo e intolerancia. Porque entonces los que dicen que la URSS o Mao eran una aberración del comunismo también tendrían razón.

      Sólo la rebelión Taiping exterminó en nombre de ese judío más porcentaje sobre la población total que el comunismo en toda su historia, salvando quizá el régimen enloquecido de Pol Pot

      Saludos

      • Hola, Alf,
        el fanatismo religioso es una sinrazón en la que la que el victimario tiene una coartada sobrenatural exculpatoria de toda incriminación: es la voluntad de Dios y yo soy un mero instrumento. El comunismo es la aplicación de un fanatismo criminal sin coartada divina, en una decisión consciente, meditada y lúcidamente intencionada: yo te obligo a lo que yo quiero por mi voluntad.
        A la víctima le resulta indiferente el matiz, pero si analizamos las dos brutalidades, vemos que no son el mismo fenómeno.
        Un saludo.

      • Estimado Pizarro: el fanatismo criminal es exactamente igual para el Comunismo: en aras de la libertad del pueblo, de la liberación de la tiranía capitalista te obligo a lo que quiero. Es un ideal elevado igual.
        Que la brutalidad sea en nombre de un Dios o de una religión atea (porque el comunismo se puede decir que es tal), sí son el mismo fenómeno: brutalidad, muertes, sangre y asesinatos. En nombre de la cruz o de la igualdad
        Gracias por tu respuesta. De todas formas estas opiniones son matices que no cambian el fondo de mi comentario original: nada ha matado tanto ni durante tanto tiempo como el Cristianismo
        Saludos

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