Esnobismo a precios astronómicos

Poca gente sabe que Arco es la única feria donde hay que pasar por el escáner al entrar en el recinto y cada vez que se sale de los pabellones, aunque sólo sea a echar un pitillo, que los artistas y los amantes del verdadero arte también tienen sus pequeños vicios mundanos. Tal vez organización teme que algún desaprensivo se lleve de matute alguno de los valiosísimos objetos expuestos.

Porque Arco, feria internacional de arte contemporáneo, no sólo expone cuadros abstractos y ferrallas deformes que sería materialmente imposible sacar por la puerta. También hay espacio para pequeñas joyas perfectamente transportables , como una manzana que ha salido de las manos del artista gallego Jorge Perianes y que se expone en el stand de la galería viguesa Adhoc. Es una manzana de verdad horadada por el artista, que se ha encargado de colocar unos palitos tipo mondadientes en su interior. A decir de la galerista lo que Peirano quiere transmitir es la fugacidad de las cosas.

La manzanita, fruto fugaz donde los haya, cuesta 1.800 y se sirve con una peana. Podría parecer que es una estafa, pero no, una vez cruzado el escáner de entrada que custodian dos guardias de seguridad, la lógica y el sentido común se invierten. Un poco más allá de la manzana, digamos, deconstruida, aparece ante los ávidos ojos del visitante un icosaedro formado con recogedores. Cuesta 2.500 euros. Lo hay también con palos de escoba a un precio ligeramente más económico, pero como se trata de ARCO la galería ha tirado la casa por la ventana y ha llevado el icosaedro de luxe.

Los márgenes en este negocio del arte contemporáneo son realmente altos, porque, seamos francos, un palo de escoba no es que cueste mucho en el súper. Luego, disponerlos formando figuras geométricas tampoco es excesivamente complicado. Los artistas –y nunca mejor traído un sustantivo– de esta feliz ocurrencia escobil son españoles, se llaman Llobet & Pons, una catalana y un madrileño que tienen su base de operaciones en Berlín.

Si el icosaedro nos parece demasiado, en Arco es fácil encontrar otro artista –ahora como adjetivo– que lo supere. Y no está lejos. Se trata de una flor de plástico metida dentro de un enchufe. Fascinante concepto que sale por 1.500 euros instalación incluida. Y no, al galerista que lo vende (del que omitiré el nombre para que no se me ofenda) no se le cae la cara de vergüenza al dar el precio. Por lo demás, el artista se encarga de hacer el taladro y colocar la roseta del enchufe. Qué menos.

El enchufe floreado no tiene nada que envidiar a la hilera de calcetines (limpios, naturalmente) que nos regalan, una vez más, los inefables Llobet & Pons cuyo arte se centra en la “reflexión sobre el consumo y su dimensión”. Los calcetines están en fila formando una columna empotrada en un panel. Precio: 1.100 euros. De nuevo, márgenes disparatados para un “concepto” que no tiene nada de original.

Las obras de Llobet & Pons merecerían categoría aparte y hasta que alguien les diese el premio cara de mármol, pero no son los únicos. A no mucha distancia resplandece un cuadro devorado por cucarachas. Es algo desagradable pero se deja mirar. Al parecer el cuadro habla de “la ambición humana”, un motivo recurrente, por lo visto, en este autor. Cuesta 4.500 euros y tiene al menos algo de trabajo incorporado porque los bichitos están bien tallados y pintados.

No sucede lo mismo con una luna roja que, a la entrada de uno de los stand más grandes de la feria, se ofrece al curioso. Se diría que unos obreros se la han dejado allí olvidada mientras terminaban de montar el puesto, pero no, es una obra de arte eximia, y de las caras: 60.000 euros. Nadie sabe lo que significa la obra en cuestión, unos se miran en ella y otros hace fotos con el omnipresente iPad, auténtico tótem sagrado de esta edición de ARCO.

En el pabellón principal todas las miradas se concentran en el stand de la galería ADN, procedente de Barcelona. Es uno de los lugares con mayor carga política de toda la feria, de corrección política quiero decir. Porque, aparte de Franco metido en una nevera de refrescos, los de ADN proponen a la concurrencia otras obras que han pasado desapercibidas. Destaca el crucifijo formado con porras de cristal y un cuadro de grandes dimensiones formado por portadas del ABC, el Ideal de Granada, La voz de Galicia y otros diarios nacionales de tiempos de la Guerra Civil.

La edición escogida es la del 20 de abril, fecha en la que nació Hitler. El artista, que es muy osado, quiere denunciar así que la prensa española de la zona nacional hablaba bien del Führer. Como siempre memoria a la mitad. Podría haber hecho el experimento inverso, es decir, colocar una portada de El Socialista, órgano propagandístico del PSOE, celebrando los natalicios de Stalin. Pero, ay, eso sí que sería incorrecto y quizá no podría exponerlo.

Si alguien se quiere llevar a su casa a Franco dentro de una nevera tendrá que poner encima de la mesa 30.000 euros. Si lo que quiere es la porra-crucifijo será algo más: 40.000 euros. El arte comprometido es, además, de incorrecto, un poco caro. Gracias a la obra de Eugenio Merino, la galería ADN ha tenido una repercusión nacional y eso sí que es difícil de conseguir en los tiempos que corren.

Pero en ARCO no todo es política, también hay espacio para el timo más descarado. Una galería de Bogotá vende unas cajitas de cartón sobre una mesa a razón de 1.300 euros la cajita pequeña (del tamaño de un cartón de tabaco) y 2.100 la grande (aproximadamente el doble). La propuesta es realmente arriesgada porque, como dice la galerista, el autor trata de “deconstruir el proceso arquitectónico”. Ahí es nada. Hay también la opción de adquirir esas cajitas en formato 2D, es decir, pintadas en una cartulina.

La feria, como se ve, no es apta para bolsillos mileuristas, pero todo el mundo habla de ella. Los diarios nacionales presumen de stand, algunos famosos y ciertos políticos se dejan ver por sus pasillos. No se esconden, no, porque el arte, es decir, eso que hay en ARCO, les legitima. El año próximo, más.

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