La ciudad contemporánea

Durante la segunda mitad del siglo XIX se llevaron a cabo una serie de ambiciosos planes para mejorar las ciudades industriales, hijas de una Revolución Industrial que había hacinado en unas condiciones insalubres a los miles de trabajadores de las nuevas fábricas. Tuvimos ocasión de ver con más detalle algunos de estos planes de reforma con Alberto Garín en la Contrahistoria que dedicamos a ese urbanismo del siglo XIX la semana pasada. Ahí observamos como hubo dos protagonistas clave. Por un lado, Edwin Chadwick, en Londres, que puso el acento en la mejora de las infraestructuras de aguas limpias y servidas, así como en la legislación laboral y electoral de esos obreros de la Revolución Industrial, y, por otro lado, y de forma destacada, el barón Hausmann en París, que sentó las bases empleadas por otros urbanistas de otras ciudades europeas.

Para Hausmann la clave era sentar un marco legal amplio, sencillo y muy práctico. No hizo una planificación excesiva. Se limitó a delimitar las pautas fundamentales: la extensión de la ciudad, la relación entre el ancho de las calles y la altura de los edificios (para garantizar la ventilación y la iluminación naturales de esos inmuebles), el nuevo tipo de viviendas en elevación, el transporte público o los edificios para los servicios a la ciudadanía. El éxito de Hausmann en París ocasionó que surgiesen urbanistas por doquier en todo el mundo, pero especialmente en las ciudades europeas cuyas tramas urbanas eran muy antiguas. En origen se trataba de simples especialistas en planificación urbana que plantearon un marco general como el de París. Pero, según nos vayamos adentrando en el siglo XX, ese marco general se irá haciendo cada vez más específico hasta llegar, ya en nuestro mundo contemporáneo, a un grado de planificación que en muchos casos fue extremo. Fueron apareciendo planes de ordenación urbana que fijaban aspectos más generales como la orientación de las avenidas hasta pequeños detalles domésticos como el tamaño mínimo de cada habitación de una casa.

Así, lo que comenzó como una serie de medidas razonables y necesarias dirigidas a mejorar las ciudades, se ha terminado por convertir en una de las herramientas más poderosas que poseen las instituciones públicas vinculadas al urbanismo. Las autoridades, especialmente las municipales y regionales, han llegado a disponer de un poder indiscutible para someter a sus ciudadanos a unas restricciones que en muchos casos, partiendo de una idea sensata y justificada, se han transformado en meras rémoras burocráticas, cuando no en verdaderas imposiciones ideológicas.

Pues bien, en este segundo capítulo de la historia y configuración de la ciudad moderna, vamos a hacer un recorrido lo más completo e ilustrativo posible por esas intervenciones urbanísticas del siglo XX. De la mano de Alberto Garín veremos algunas propuestas que habrían sido imposibles por extravagantes de no ser porque se llevaron a cabo, y otras que sí resultaron inesperadamente exitosas.

Bibliografía

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